El cierre parcial del Gobierno sume a Estados Unidos, que estrena una etapa de poder dividido, en una crisis sin visos de solución. El enroque de Trump en su discurso migratorio ha provocado ya las primeras fisuras en las filas republicanas: dos senadores han pedido una solución, contemple esta o no los fondos que pide el presidente para blindar la frontera con México. El problema es que todo indica que a Trump, metido ya en campaña, le interesa más la batalla por el muro que el muro en sí mismo.
Cerca de 800.000 funcionarios federales en sus casas o trabajando sin cobrar. Parques nacionales y museos cerrados, voluntarios asumiendo la limpieza de espacios públicos, ayudas a la vivienda congeladas, licencias matrimoniales y certificados de defunción suspendidos… El cierre parcial del Gobierno, que este domingo entra en su tercera semana, es ya el más largo en seis años, el primero de la historia que se extiende a través de dos Congresos, y está a tres días de convertirse en el más duradero desde 1980.
El órdago migratorio de Trump, y la negativa de los congresistas demócratas a aprobar su solicitud de 5.000 millones de dólares para financiar el muro con México, han desatado una crisis en toda regla. Sobre todo, porque no tiene visos de resolverse en el corto plazo. Las dos partes se muestran férreas en sus posiciones: una temprana muestra de lo que puede deparar la recién estrenada era de poder compartido, con la toma de los demócratas de la Cámara de Representantes tras las elecciones legislativas del pasado mes de noviembre. Los republicanos mantienen el control del Senado con 53 escaños frente a 47.
Trump convocó este viernes, de nuevo, a los líderes demócratas del Congreso para tratar de encontrar una salida. Pero poco margen deja el presidente al insistir en que no firmará ninguna ley que no incluya fondos para su muro, una propuesta que la flamante presidenta de la Cámara baja, la demócrata Nancy Pelosi, tacha directamente de inmoral.
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El presidente, según han relatado los líderes demócratas a la salida de la reunión, amenazó con mantener el cierre parcial del Gobierno durante “meses o incluso años”, para lograr financiar el muro con México, su promesa electoral estrella. “Le dijimos al presidente que necesitamos que el Gobierno vuelva a abrir. Él se resistió. De hecho, dijo que mantendría el Gobierno cerrado por un periodo de tiempo muy largo, meses o incluso años”, ha dicho Chuck Schumer, líder de la minoría demócrata en el Senado, que acudió a la reunión con Pelosi. Ambos han definido el encuentro como “largo y en algunos momentos reñido”. El presidente, por su parte, ha hablado de una reunión “productiva”.
El enroque de Trump ha provocado las primeras fisuras en las filas republicanas. El senador Cory Gardner se convirtió el jueves en el primer legislador republicano en pedir que se ponga fin a la crisis, con o sin financiación para el muro. Le siguió la senadora Susan Collins, que dijo que apoyaría aislar la partida de seguridad fronteriza y aprobar fondos para permitir la reapertura del resto de agencias afectadas, como proponen los demócratas en la iniciativa que aprobaron el jueves en la Cámara baja.
Ambos senadores, él por Colorado y ella por Maine, comparten algo: representan a Estados vulnerables para los republicanos y se presentan a la reelección en 2020 (en el Senado los escaños se renuevan por tercios cada dos años). Cerrarse en banda mientras sus votantes sufren las consecuencias del cierre no es la mejor baza para pedir el voto de los indecisos.
También Mitch O’Connell, el líder republicano del Senado, ocupa un escaño que saldrá a reelección en 2020. Pero su estrategia hasta la fecha ha sido hacerse a un lado alegando, no sin razón, que con quien deben negociar los demócratas es con el presidente, que al fin y al cabo tiene derecho a veto sobre la legislación que apruebe el Congreso. Apartándose de la batalla, O’Connell confiaba en trasladar la responsabilidad del cierre a los demócratas y proteger así a los senadores republicanos que se enfrentan a la reelección. Pero los indicios de rebelión, con una ventaja de solo tres votos en el Senado —uno si descontamos a los críticos—, convierten su estrategia en menos sostenible.
El problema es que todo indica que, para Trump, es más importante la batalla por el muro que el muro en sí mismo. De hecho, hace no mucho hablaba de una “barrera de tiras de acero”, y su recientemente dimitido jefe de Gabinete, John Kelly, aseguró que la Administración abandonó hace tiempo la idea de un muro de hormigón. Pero el presidente, metido ya en modo campaña para 2020, con unos índices de popularidad que no se despegan del entorno del 40%, no se puede permitir aflojar ahora los lazos con sus bases. Y el discurso encendido en la política migratoria se ha demostrado como el más eficaz instrumento de cohesión del trumpismo.
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