The Resurrection of Darwin

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El científico escribió que los miembros débiles de las naciones civilizadas propagan su naturaleza con grave detrimento de la especie humana

El presidente de EE UU, Donald Trump, durante la Conferencia de Acción Política Conservadora en Maryland, el pasado 2 de marzo. YURI GRIPAS (REUTERS)

Donald Trump es el gobernante más anárquico del siglo XXI, y los colegas ideológicos que le rodean, Mike Pence, Mike Pompeo y John Bolton, conforman el grupo más anárquico de todos los tiempos, al menos en cuanto a poder de chantaje, destrucción, arbitrariedad y violación del derecho. No pasan 48 horas sin que amenacen a alguien, anulen tratados de comercio o militares, establezcan aranceles arbitrarios, zarandeen a algún desobediente, evadan tribunales o se burlen de la ONU con algún ataque preventivo. El grupo es experto en cobrar y darse la vuelta. Si alguien les presenta la Declaración Universal de Derechos Humanos, parecen pensar que es buen papel para limpiarse el trasero. Anarquía pura y dura. Otros presidentes de EE UU cuidaban más las formas. El actual equipo de la Casa Blanca, no; y estas cosas se pegan. Estamos entrando en una glaciación de los valores éticos, del derecho internacional, de la política como arte.

Charles Darwin está de vuelta y la ley del más fuerte se impone inexorablemente. Todos quieren hacerse fuertes, sin importar cómo. El darwinismo social llevado hasta sus últimas consecuencias. Y la supervivencia del más apto como mecanismo de la evolución se asocia en nuestras sociedades a la coerción, al poder para someter. Los discursos de demócratas tan conspicuos como Trump, Pence, Pompeo o Bolton se acompañan de guerra psicológica y despliegues intimidatorios en el entorno de Venezuela, Colombia, las Antillas y norte de Brasil. Lo que en la jerga militar se llama movimientos de pinza; y sigue su marcha el diseño de operaciones encubiertas para legitimar un uso de la fuerza si fuera necesario. Sin el garrotazo castrense, el chavismo no rendirá la plaza.

Darwin escribió que los miembros débiles de las naciones civilizadas propagan su naturaleza con grave detrimento de la especie humana: no había sino que observar a los animales domésticos y la prontitud con que degeneraban si no se les cuidaba. Excepción hecha del hombre, según el naturalista inglés, nadie es tan ignorante como para permitir la reproducción de los animales deteriorados. Como la divinidad estableció que el destino de EE UU es ser una nación superior y rectora, manos a la obra contra la reproducción de la degenerada democracia venezolana y las de su calaña, devenidas en dictaduras. Su sustitución facilita el trabajo de saneamiento de los correos del zar. Si las satrapías son amigas, la regeneración democrática puede esperar.

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