Donald Trump llegó a la Casa Blanca prometiendo una agresiva política económica de rebajas fiscales que, hasta la fecha, está fracasando de forma estrepitosa. La bajada de impuestos llevada a cabo hace 14 meses ha hundido la recaudación y ha disparado la compra de productos fabricados fuera de EEUU. Según el Departamento del Tesoro, la recaudación cayó un 1,5% durante el último año pese a que el crecimiento durante ese periodo escaló hasta el 2,9%. A ello se suma que el déficit público ha crecido a un alarmante ritmo del 47% y los 1,87 billones de dólares (1,66 billones de euros) en tres años que Trump ha añadido a la deuda pública.
El presidente estadounidense se muestra incapaz de controlar el incremento de los déficits comercial y presupuestario, y de la deuda pública. Bajó la presión fiscal, pero no recortó el gasto. Una de las claves que explican este naufragio es su apuesta proteccionista. Trump impuso aranceles del 30% a las importación de paneles solares, del 25% al acero y del 10% al aluminio, unido a las tarifas de entre el 10% y el 25% a más de 1.000 productos chinos. Sin embargo, el hecho de que muchos bienes de equipo sean importados ha facilitado que el aumento de la demanda se traduzca en más importaciones. En consecuencia, Trump debe corregir su errática política, cimentada sobre el populismo. No sólo para frenar la guerra comercial entre EEUU y China sino para que ésta no acabe contagiando a la economía mundial.
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