Deal with Trump

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La relación de México con Estados Unidos es desigual, pero ha dejado de ser inequitativa en varios sentidos. El comercio, la inversión y la migración dan lugar a una dependencia que demanda cuidado por ambas partes, situación que se complica por el populismo nacionalista del presidente Donald Trump. Sin duda, México es la parte débil y, por lo mismo, a la que resulta más complicado hacer valer su interés. Que el gobierno lo encabece un demagogo en busca de su reelección no quiere decir que el conjunto de las autoridades actúe en el mismo sentido, además de que la economía impone su propia lógica, por más que el presidente pretenda modificarla. La coexistencia es en interés de todos, especialmente del capital estadunidense.

En esencia el Presidente mexicano está haciendo lo correcto: no engancharse en la disputa con quien va en busca de votos. Los resultados de la investigación exculpatoria del fiscal Robert Mueller le han significado a Trump el banderazo de inicio de su campaña por la reelección. Su encendida y provocadora retórica antimexicana es la misma desde tiempo atrás. Le dio resultado para ganar la nominación republicana y, después, la Presidencia por estrecho margen y sin mayoría de voto popular. El camino es conocido. Su mensaje no va a dirigido a México, sino al elector enajenado del sistema económico vigente y que hace del vecino mexicano causa y razón de su desgracia.

No es elegante y menos inteligente que el Presidente mexicano invoque la voluntad del populacho a manera de justificar su postura hacia Donald Trump. No necesita recurrir a esto, aunque seguramente no pocos esperarían una actitud más combativa, en especial por su natural beligerancia a todo lo que no le gusta. Los empresarios, la empresa fifí o los gobiernos del pasado no pelean ni disputan. El Presidente acierta en no pelear con su contraparte estadunidense y lo más conveniente para todos es que eluda la provocación y que se entienda que el demagogo ha hecho capital político por su lenguaje y manera de tratar a México y a los mexicanos.

Tampoco el Presidente mexicano se equivoca en hacer referencia a la necesidad de resolver estructuralmente lo que provoca la migración ilegal hacia Estados Unidos. El desarrollo de la región, las zonas más pobres de México y Centroamérica es la mejor manera de contener los flujos migratorios. El problema es que la frontera norte mexicana se ha vuelto una forma de santuario de los migrantes, no solo de los mexicanos. Plantea un desafío social mayúsculo que demanda una iniciativa global antes de que el problema se agrave. Lo que ha hecho el gobierno mexicano en materia fiscal apenas mitiga la que viene.

La demagogia de allá no debe responderse con la demagogia de acá. Trump es una amenaza a la paz mundial y a la buena vecindad. Es un provocador, marrullero y ventajoso. Tiene el suficiente capital político para salirse con la suya en la medida en que la demagogia no sea disfuncional a los intereses de seguridad y económicos de Estados Unidos. No se requiere que México lo enfrente verbalmente, simplemente que entienda que la cooperación es fundamental para la seguridad continental y de Estados Unidos, así como para la competitividad de la economía norteamericana. No es un exceso señalar que la viabilidad de la economía de Estados Unidos requiere de flujos migratorios ilegales, por cierto, menos de la mitad de origen mexicano. Lo que no se puede evitar sí se puede conducir.

Pero requiere de estrategia, método e inteligencia. México puede ser en materia de tráfico ilegal de drogas, como de migración, una válvula racional para la conducción de ambos aspectos. El canciller Marcelo Ebrard lo entiende y posiblemente el Presidente también. No hay que engancharse, hay que trabajar para un acuerdo que por igual incluya inversión para el desarrollo, derechos humanos, seguridad global y regulación racional de la migración y narcotráfico.

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