Removing Trump

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La entrega del reporte Mueller al Congreso el jueves pasado, para sorpresa de muchos sin edición ni censura, abrió de lleno el debate para establecer las bases de una posible destitución del presidente Trump.

Si bien, el reporte no es concluyente –hasta donde hemos podido comprobar– en torno a la colusión entre la campaña electoral del 2016 y la incuestionable intervención rusa en el proceso, sí parece ofrecer evidencia más sólida acerca de una evidente y clara obstrucción de la justicia por parte de Trump.

Hasta ahí parecen figuradas las líneas de la investigación y lo que de ellas se desprende: el Congreso deberá ahora leer, estudiar el informe, citar a nuevas audiencias –entre ellas la del propio fiscal especial, Robert Mueller– recabar testimonios directos y construir un caso.

Para los demócratas en la Cámara, comandados por la experimentada y muy curtida Nancy Pelosi, esta es una oportunidad de oro. Existen todos los elementos morales, éticos y políticos para despedir a Trump por su incapacidad para ejercer el cargo.

En poco más de dos años, ha demostrado poseer las habilidades necesarias para minar severamente –no creo que alcance para destruirlo– la democracia estadounidense.

Su cercanía con las antiguos enemigos de la Unión Americana (Rusia, Corea del Norte); su ruptura con Irán después del importante acuerdo logrado por la administración anterior; su política proteccionista anti libre comercio; su desprecio a los mecanismos multilaterales de que Estados Unidos fue campeón desde la postguerra, la OTAN, la ONU, socio y aliado de la Unión Europea; su conflictiva relación con su gabinete, su tormentoso intercambio con el Congreso, su batalla contra la inmigración y tantas más.

Pero ninguno de esos significan sustento jurídico de un crimen cometido por el presidente de Estados Unidos, a menos que se logre comprobar la obstrucción de la justicia y la traición a la patria. Difícil y complicado reunir los votos necesarios en el Senado, donde los demócratas son minoría.

Pero existe otro escenario que pudiera ser mucho más rentable en lo político y en lo electoral para los demócratas: dejarlo en la Casa Blanca, con el suficiente daño, descrédito, exhibición de sus muchos defectos y conductas ilícitas –por lo menos– para llegar así al 2020. Es decir, no impulsar su desafuero y su destitución, con el consiguiente desgaste político que significaría la batalla mediática, la guerra en redes, sino llegar sólo hasta la demostración inevitable de su evasión fiscal, de los fraudes cometidos, de las quiebras disfrazadas, de los intentos por desviar la investigación en su contra e impedir el interrogatorio de testigos, de sus muy sospechosos contactos y relaciones con los rusos, del lavado de dinero de sus hijos y su fundación, y de tantas y tantas abundantes pruebas de su conducta indeseable. Hasta ahí, sólo hasta que el daño sea lo suficientemente público e incuestionable para que impida su reelección.

Esto ofrece resultados útiles en varios sentidos. El primero es tener un candidato débil al que ningún republicano se atreverá a desafiar para arrebatar la candidatura. Pero más aún, los republicanos enfrentan una profunda división en su partido y sus principios: todo lo que sostuvieron y defendieron por décadas, ha sido barrido por Trump, desde la disciplina fiscal y el no endeudamiento, hasta el libre comercio.

Enfrentar un proceso de impeachment significaría la reunificación de los republicanos, que saldrían a defender a su líder acosado y atacado ‘por motivos políticos’. Lo más conveniente para los demócratas es justamente un Partido Republicano en busca de su sentido, de su brújula, en la recuperación de principios e ideología, todos destruidos por Donald Trump.

De tal suerte que la señora Pelosi, quien sabiamente ha señalado prudencia y cautela antes de lanzarse a una destitución rabiosa, podría muy bien trazar una estrategia para infringir el mayor daño político al señor Trump, sin llegar a la destitución.

Interesante, aunque el mundo y México tendrán que padecer dos años más al caótico titular de la Oficina Oval.

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