Trump intenta evitar que Mueller hable
El fiscal especial negocia con el Congreso testificar bajo juramento la semana que viene
Durante dos años Robert Mueller ha sido el hombre más hermético en las altas esferas de Washington con un equipo a prueba de filtraciones que no dejó escapar palabra de lo que tenía entre manos. La semana que viene el público podría tener la oportunidad de escuchar directamente de su boca todo lo que piensa sobre los intentos de Donald Trump para obstruir su investigación y los de su campaña para conseguir ayuda de Rusia en las elecciones, bajo juramento y a pregunta expresa del Congreso. Esto es, si Trump lo deja.
Prueba de que el presidente ha entrado en pánico es el rápido viraje con que ha pasado de la aparente indiferencia sobre su testimonio a la convicción de que no debe testificar, tan pronto como se supo que hay una fecha tentativa: 15 de mayo. El uso de las mayúsculas en su tuit daba cuenta, una vez más, de su agitado estado de ánimo. «¡NO HUBO OBSTRUCCIÓN! Bob Mueller no debe testificar. ¿Por qué iban a necesitarle ahora los demócratas del Congreso?».
Para empezar, porque tras dos años de investigaciones nadie sabe si el fiscal especial se sintió acosado por el presidente, como se deduce de sus tuits y declaraciones públicas. La decisión de no acusarle de obstrucción a la justicia no fue suya, sino de su jefe, el fiscal general William Bar, un cargo político designado por Trump para retomar el control de la investigación en su última fase.
A los 68 años Barr aceptó jugarse la reputación y convertirse en pistolero del mandatario. Los cuatro folios en los que resumió las 448 páginas del informe de Mueller tenían que haber satisfecho sus ansias de ser exculpado públicamente, pero no lo hicieron. En su lugar recibió una carta de los abogados de la Casa Blanca atacando la integridad de la investigación que calificaron de «política», o en palabras de Trump, de «caza de brujas».
Su decisión de ignorar los ultimátum del Congreso para presentar el informe completo y de abortarlo con una conferencia de prensa en la que lo exoneraba, utilizando las mismas palabras del errático presidente, tenían que haberlo calmado, pero tampoco fue así. Barr se juega estos días la última bala de su integridad. Después de haber dicho públicamente ante las cámaras y ante el Congreso que permitirá a Mueller testificar, si ahora sigue su consigna de prohibírselo quedará como un vasallo sin la menor dignidad. Además, sólo conseguiría posponer su testimonio, porque a partir del mes que viene Mueller dejará de ser su empleado y la única manera de impedírselo será ir a los tribunales.
Ahí es donde podrían verse las caras, porque este martes el Comité Judicial de la Cámara Baja votará si se le enjuicia por desacato al haber ignorado sus órdenes de entregar el informe íntegro sin ediciones. De aprobarse, la decisión pasaría al pleno de la cámara, donde sólo existe un precedente de un miembro del gabinete acusado por desacato.
Quien ya ha pasado la etapa de los tribunales es el abogado del presidente Michael Cohen, que ayer ingresó en prisión para cumplir la sentencia de tres años por evasión fiscal, fraude y violaciones de campaña. Trump no lo siente. Con ello envía la señal de que quienes le traicionen lo pagarán caro, pero la historia de lealtades y traiciones en este Ala Oeste no ha hecho más que empezar.
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