El miércoles, el Gobierno de Irán anunció que dejará de cumplir con “algunos” de los “compromisos” que asumió en el acuerdo internacional sobre su programa nuclear suscrito en 2015. Esto en respuesta a la decisión unilateral del gobierno de Trump de retirarse de ese pacto hace un año y restablecer las sanciones contra la nación persa. Teherán también advirtió con renunciar a otros compromisos si los restantes signatarios del acuerdo (Alemania, Francia, Reino Unido, China y Rusia) no encuentran una solución en 60 días para aliviar los efectos de las sanciones estadounidenses, en particular las que afectan a los sectores petrolero y bancario iraníes.
Como es de suponer, este anuncio generó preocupación en la comunidad internacional, pues posiciones maniqueas, como la que ha adoptado EEUU y la que ahora anuncia Irán, suelen derivar en decisiones extremas. Y éstas a su vez pueden traducirse en acciones tan nefastas como la proliferación de una carrera armamentista nuclear en una de las zonas más inestables y conflictivas del planeta o conflictos armados, que es justamente lo que se encuentra actualmente en juego.
De hecho, los actores más temerarios de este tablero de ajedrez ya han comenzado a hacer sonar tambores de guerra, como el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, quien tras conocer la decisión de Teherán advirtió que “Israel no permitirá que Irán se haga con el arma atómica. Seguiremos combatiendo a quienes quieren destruirnos”. Una velada amenaza detrás de uno de los peores escenarios para la “resolución” de este conflicto.
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