El candidato Donald Trump sigue siendo quien despacha desde la oficina oval. El presidente Donald Trump, mesurado, dispuesto a escuchar a sus asesores y, sobre todo, consciente de la enorme responsabilidad que atañe a su cargo, rara vez asoma.
La guerra comercial contra China que ha emprendido Washington así lo confirma. El mundo está hoy en ascuas por culpa de la manera como el mandatario, en cumplimiento estricto de una de sus promesas de campaña, decidió ayer aumentar los aranceles a miles de productos provenientes de la China del 10 al 25 por ciento, que se aplicarán a cerca de una tercera parte de lo que el Tío Sam le compra a la nación oriental. Decisión que tomó luego del fracaso de las negociaciones que tuvieron lugar entre jueves y viernes en la capital estadounidense entre delegaciones de ambos países.
Lo dispuesto por el Presidente del país del norte, aunque alarmante sin duda, no es sorprendente. Es bien conocida su tendencia a comportarse en estos escenarios siguiendo los mismos cánones de cuando era hombre de negocios. Todo indica que tras dos años largos después de haber llegado al cargo con más poder en el planeta aún no ha podido entender que se trata de dos esferas diferentes. Es que entrar pisando duro, extremadamente duro, era su sello como magnate. Pero aquí no está en juego una estrategia empresarial, sino el bienestar de millones de personas en múltiples latitudes. Basta recordar que en estos asuntos, los vasos comunicantes existen, lo que explica la reacción de los mercados globales.
De regreso a esta historia, hay que recordar que el año pasado, en septiembre, Estados Unidos ya había decretado un arancel del 10 por ciento a 5.745 productos chinos con la amenaza de elevarlo al 25 por ciento al comenzar el 2019 si Beijing no negociaba. Negociación hubo, pero no fue fructífera no obstante la línea directa que todavía mantienen Trump y Xi Jinping.
Ahora, la expectativa se centra en la respuesta de China para saber si la temida guerra comercial entre los gigantes ya es un hecho. El país asiático, al escribirse estas líneas, solo había anunciado que tomaría “las medidas de respuesta necesarias”.
La incertidumbre sobre la respuesta china contrasta con la certeza sobre cómo una confrontación de este tipo sería un pesado e inoportuno lastre para el crecimiento económico global, tal y como lo advirtió el Fondo Monetario Internacional. Y es que, como lo recuerda la sabiduría popular, de las guerras se sabe cómo comienzan, pero nunca cómo terminan y en este caso un escalamiento de la confrontación puede dejar víctimas colaterales en todo el planeta.
Colombia comienza a sentir el coletazo de la crisis. El efecto más evidente es el alza en el precio del dólar, que ha llegado a bordear los 3.300 pesos a pesar de que el petróleo –su principal fuente de ingresos externos– muestra cotizaciones aceptables.
No obstante, el riesgo más grande es que venga una oleada proteccionista que derive en menor acceso de nuestros productos a distintos mercados. Ello requiere elevar el nivel de alerta, por causa de una confrontación en la que somos más que espectadores.
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