El extremo político que representa el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, desde la demagogia del discurso y también desde ese desmontaje institucional llamado cuarta transformación, tiene su correlato en el crecimiento de una extrema derecha que cobra un renovado auge en México.
Ya sea en agrupaciones como el Frente Nacional por la Familia o bajo la representación de quienes engloban como ideología de género todo aquello que representa un modo alternativo de vida al tradicional, esta derecha extrema radicaliza su discurso, se hace presente en las calles y en los congresos, sigue una agenda que se opone al matrimonio igualitario, falsifica los contenidos de la reforma educativa y construye un discurso que resulta igual de nocivo para la vida pública que su opuesto, es decir, el populismo de izquierdas de Morena.
Una democracia sana procura, por el contrario, la construcción de un centro político donde quienes piensan distinto tienen cabida desde el diálogo y el acuerdo, lejos de ese todo o nada en el que no hay negociación posible sino más bien imposición y autoritarismo.
Una democracia sana sabe hacer del pluralismo y la diversidad uno de sus valores, porque sus actores entienden y asumen la diferencia como parte de la riqueza de un país: minorías y mayorías tienen en ese caso iguales derechos y su presencia en el espacio político está garantizada y es necesaria.
Excluir es pues siempre una forma de discriminar
Que un grupo se agencie la decisión de quiénes pueden o no tener qué derechos o que condicione, por ejemplo, el uso exclusivo del término matrimonio para quienes pertenecen a sexos distintos —cuando este término es en todo caso el que el Estado utiliza para una unión civil— puede ser la antesala para argumentar luego quién puede o no manifestarse: expresarse o decidir qué forma de vida es la «correcta» o «incorrecta».
Si se condena que desde el Gobierno se determine qué medio de información es mafia o no, o qué universidad es buena o mala, o qué empresario es amigo o enemigo, la misma condena debiera sostenerse contra quienes buscan desde su radicalismo definir la manera en que cada persona decide conducir su vida, sus gustos, su sexualidad o sus relaciones interpersonales.
A este tema se suman poco a poco otros elementos que hacen de esa extrema derecha un riesgo para la convivencia social: la migración centroamericana desencadena ya preocupantes focos de rechazo en los que el discurso al estilo Trump tiene tierra fértil donde germinar; asimismo, la recién aprobada Ley de Paridad Total enfada a quienes creen que la mujer debe mantenerse fuera de la vida pública y exclusivamente en el espacio doméstico.
Podría no faltar mucho para que, en ese sentido, surgieran las voces de «nos están quitando el trabajo» o «los que llegan son criminales» que hace las mieles de la extrema derecha en Estados Unidos, España, Francia, Brasil o Alemania.
O los argumentos, ya muy presentes, de «están destruyendo a la familia tradicional» y «no tienen derecho a casarse porque podría extinguirse la especie», que representan no solo falsedades absurdas sino, sobre todo, un extremo político que linda con el fascismo, el nacionalismo y sus largas y crudas historias de pureza, de violencia y de maniqueísmo.
Combatir al extremo izquierda con la extrema derecha conduciría a la radicalización del discurso político, dejando fuera la tolerancia y la aceptación, la prudencia y la moderación. Pensar que para enfrentar a López Obrador hace falta un liderazgo mesiánico de signo opuesto y extremo es un sinsentido irresponsable y riesgoso, la salida fácil de quienes solo entienden la vida pública como un combate que debe someter al rival y asumir a quien piensa distinto como un enemigo.
Es pues urgente que los partidos de centro, empezando por Acción Nacional, cuenten con ideas frescas y que respondan a nuevas realidades, con argumentos convincentes y la apertura necesaria para ser alternativas modernas donde la inclusión, la moderación, la civilidad, la ética pública y la defensa de los valores democráticos se instalen como contrapesos a la cerrazón, la exclusión y el radicalismo de derechas e izquierdas.
Porque es en esa democracia que se construye y se enriquece desde el centro político que tienen cabida todas y todos, incluso, terrible paradoja, quienes atentan contra la propia democracia.
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