Insanity and Weapons

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La noticia es recurrente, pero no por ello debe ignorarse. Los tiroteos en los Estados Unidos, que dejan decenas de víctimas y causan terror, y la imposiblilidad o incapacidad de sus autoridades para evitarlos.

El fin de semana pasado fue escenario de tres de esos terribles eventos, donde un tirador saca sus armas y dispara sin compasión contra personas desarmadas y desprevenidas. Se produjo en ciudades como Chicago, en pequeñas poblaciones del Estado de Ohio o Gilroy, California, o en localidades fronterizas como El Paso, Texas, al lado de México.

La cifra de 251 tiroteos en lo corrido del 2019, más de uno por día, dan una idea de lo que está ocurriendo en el país norteamericano. Se habla en todos los casos de autores con perturbaciones mentales que se arman y cometen masacres contra personas que en muchos casos no conocen. Es el terror que se apoya en la libertad para comprar armas que autoriza la segunda enmienda de la constitución de los Estados Unidos, y luego acabar con la vida de seres humanos.

Esa conducta tiene décadas causando zozobra y destruyendo a miles de hogares, de familias y comunidades que ven impotentes como son asesinados sus vecinos, sus padres, sus hijos. A pesar de ello y de la innegable relación entre el armamentismo y los crímenes, ha sido imposible establecer límites que impidan el acceso a poderosas y sofisticadas armas que se usan en las guerras a cualquiera que cumpla unos requisitos que han demostrado ser ineficaces para impedir el acceso indiscriminado a ellas.

Ahora, las veinte personas asesinadas y las veintiséis heridas de gravedad en El Paso, muestran otra faceta. Es el odio racial de alguien que viaja durante doce horas de Dallas a esa ciudad y dispara en un centro comercial donde mexicanos llegan del otro lado de la frontera para hacer sus compras. Un crimen de odio y discriminación contra quienes ni siquiera son inmigrantes.

Su asesino consideró que eran enemigos que ponían en peligro a su país, haciendo eco al discurso racista que se tomó la política de los Estados Unidos. Aunque el presidente Donald Trump condenó los hechos y descalificó la supremacía blanca que motivó al atacante, reclamó la unión de los partidos para exigir más control a las ventas de armas a personas con problemas mentales y aprovechó para insistir en la política migratoria que él ha propuesto como lema de su campaña reeleccionista.

Sin embargo, ese racismo no parece estar detrás de los tiroteos en Dayton, Ohio, o en Chicago, Illinois, o en Gilroy, California. Pero la combinación letal es la misma de las centenares de matanzas en los últimos veinte años en los Estados Unidos: armas de alto poder que pueden ser compradas por cualquier persona y son usadas para destruir la vida de quienes están en un centro comercial, en un teatro, en una universidad, en un colegio, en un parque o en una iglesia.

Parece increíble que un país, que se precia de tener la seguridad como uno de sus principales objetivos, no pueda actuar contra el armamentismo que provee los elementos con los cuales se han asesinado miles de estadounidense.

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