“El nacionalismo blanco es la creencia de que la identidad nacional debe definirse a partir de la etnia blanca y que, por ello, las personas blancas deben mantener una mayor presencia demográfica y el dominio de la cultura y de la vida pública del país….”, anota Eric Kaufmann, catedrático de la Universidad de Birkbeck en un análisis que recupera Paulina Chavira para The New York Times. En su texto, la editora de la versión en español del diario estadunidense, también incluye lo que el estudioso de mayorías raciales considera como la gran diferencia entre el término supremacismo y nacionalismo: “Los supremacistas tienen la creencia racista de que las personas blancas son superiores a las personas de otras razas; los nacionalistas quieren mantener el dominio político y económico, no sólo mantenerse como el grupo mayoritario y conservar la hegemonía cultural. El manifiesto que se relaciona con el autor del atentado de El Paso se considera como uno de ideología nacionalista blanca…”.
Make America great again… se convirtió en gasolina pura para el movimiento nacionalista en Estados Unidos. Y hoy está más empoderado que nunca, con el artífice de esta frase despachando en la Casa Blanca y en busca de su reelección. Donald Trump lo mismo ha sido el aliento de quienes increpan a latinos en restaurantes de comida rápida, que de aquellos que se dicen enemigos de los migrantes y de quienes salen con rifle en mano a cazarlos. De igual forma, fue la pólvora que envalentonó a personajes como Patrick Crusius, el joven que mató a 22 personas en El Paso hace menos de un mes.
Es necesario, urgente, que nombremos a las cosas por su nombre. Así como expertos hacen la diferencia entre nacionalismo y supremacismo, así también debemos llamar a hechos como el del 3 de agosto por lo que son. Y en este caso, habrá que llamarlo terrorismo.
Lo dijo primero nuestro país y nos apoyan ahora también los 35 países miembros de la Organización de Estados Americanos. Fue, es, terrorismo. Lo ocurrido en aquel centro comercial, un ataque confeso contra la comunidad mexicana, no es un hecho aislado, es más bien el resultado de aquella retórica de odio que según la región del mundo, se adapta a su entorno. No se trató de un lugar de la zona árabe hecho explotar con granadas o con un suicida miembro de alguna organización, fue más bien como los disparos que se detonaron en tres mezquitas en Nueva Zelanda y donde murieron más de 50 personas. Eso fue. Terrorismo puro. Un ataque contra un grupo en particular porque alguien siguió la idea de que sólo él y los suyos tienen derecho a la permanencia, a la visibilidad y todas sus implicaciones.
“¿Alguien dudaría en llamar terrorista a Crusius si se apellidara Mohammed y sus víctimas fueran anglosajonas?”, anotó Daniel Millán, en Reforma. También refiere que entre 2009 y 2018, en Estados Unidos murieron más del doble de personas de las que mataron radicales islamistas, todos presas de ese discurso que, finalmente, tiene su origen en el odio. Habrá que esperar el balance de este año.
Es un paso importantísimo lo que desde la Secretaría de Relaciones Exteriores se promueve, que lo de Texas se considere un acto terrorista, porque ello implica un cambio en el entendimiento de la narrativa y sólo así podemos comenzar a trazar la ruta que nos permita hacerle frente.
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