“Nos preocupa mucho el aumento de la producción de fentanilo en México”, me dijo una fuente diplomática estadunidense con la que conversé a mediados de septiembre respecto del estado de la relación bilateral.
Parecía que, una vez superada la crisis migratoria, las cosas marchaban sobre ruedas, pero la fuente hizo énfasis en la droga sintética que está matando a un promedio de 76 estadunidenses al día, de acuerdo con datos del Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
Hasta hace un par de años, México era, principalmente, un lugar de tránsito de los precursores químicos para producir fentanilo, un narcótico 50 veces más potente que la heroína y diez veces más barato en su etapa de producción. De un kilo de fentanilo salen medio millón de dosis, que se venden en la calle hasta en 20 dólares cada una.
Sin embargo, en poco tiempo nuestro país se ha convertido en un importante centro de producción de la droga, que no requiere de aparatosos operativos de tráfico ya que su potencia permite que pequeñas cantidades sean enviadas a Estados Unidos mediante servicio de paquetería. Las características del fentanilo incluso han vuelto innecesarios los sistemas de distribución que requieren la cocaína y la heroína, entre otras drogas, porque los usuarios pueden comprarlo directamente a través de internet y recibirlo por correo en su casa.
Buena parte de esos paquetes y cartas pasan por un centro de recepción de correo en el aeropuerto John F. Kennedy (JFK), de Nueva York, donde agentes estadunidenses han descubierto algunos. El problema es tan serio que, en junio pasado, el diputado federal estadunidense Max Rose reclamó al gobierno estadunidense por no detener el fentanilo en JFK y dejar que inunde su distrito, el número 11 de Nueva York, donde las sobredosis se han vuelto epidemia.
“Apenas están revisando 0.01% de la correspondencia, eso no es mostrar sentido de urgencia”, señaló Rose. “Es como buscar una aguja en un pajar”, han respondido los agentes de la DEA y otras corporaciones que tienen que buscar la droga entre cerca de un millón de envíos que llegan diariamente al aeropuerto.
El 3 de octubre publiqué una entrega de esta Bitácora sobre el tema, que titulé “Fentanilo, el próximo conflicto con Estados Unidos”. Mencioné el hallazgo de cinco laboratorios clandestinos de la droga entre diciembre de 2018 y agosto de 2019, tres de los cuales se realizaron en Sinaloa.
“Se trata de un nuevo motivo de reclamo de Estados Unidos a México que pronto veremos aparecer con fuerza en el escenario informativo”, pronostiqué. Esto sucedió apenas dos semanas después de publicar esas líneas.
Ayer, en su columna, nuestro compañero Jorge Fernández Menéndez publicó que las autoridades estaban persiguiendo a Ovidio Guzmán López, hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, desde hacía casi un mes.
“La razón –detalló Jorge– es que Ovidio controlaba los laboratorios para procesar fentanilo en Culiacán, uno de los cuales había sido descubierto semanas atrás. Esta droga ha sido enviada a Estados Unidos y ha causado miles de muertes en ese país”.
Jorge tiene razón. Como publiqué en este espacio, ese laboratorio fue localizado el 15 de agosto en la colonia La Conquista, a unos cinco kilómetros de donde fue detenido Ovidio Guzmán el jueves 17. Ahí fueron incautadas 2 mil 500 pastillas de la droga. El fentanilo se ha convertido en un lucrativo negocio para el Cártel de Sinaloa y le ha permitido sobrevivir al empuje de sus rivales.
El episodio de la fallida detención de Ovidio muestra la presión a la que está sometido el gobierno de México por parte de Estados Unidos, que, a su vez, está bajo la lupa de legisladores como Rose.
“Por eso la gente odia a los gobiernos”, espetó el diputado demócrata, al enterarse que sus recomendaciones para rastrear la droga no habían sido atendidas. “La próxima vez que tenga que ir a un funeral por una sobredosis, estén seguros que lo voy a comentar”.
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