Pocas veces hemos visto a un gobierno de México tan presionado por el presidente de Estados Unidos, y tan aquiescente a sus exigencias, como el que vemos hoy, es decir, el que hemos visto desde que la amenaza de imponer aranceles a México obligó a nuestro gobierno a cambiar su política hacia la migración centroamericana.
La posición de México pasó de ofrecer una bienvenida fraterna a los migrantes a desplegar la Guardia Nacional para hacer tangible la nueva política de No pasarán. La batalla de Culiacán y el multihomicidio de la familia LeBarón escalaron la presión estadunidense, ya no solo del presidente Trump, también de los medios y el Congreso, hacia una nueva era de exigencias de seguridad en México, y una nueva era de “soluciones” venidas de allá, entire las que se ha mencionado una intervención militar limitada.
La respuesta mexicana parece enredada en sus propias debilidades. No pudo jugar con fuerza frente a la amenaza del alza arancelaria, porque la economía estaba tan débil entonces que el solo anuncio de Trump habría roto los precarios equilibrios financieros y cambiarios. No ha podido responder con fuerza a las alarmas-amenazas estadunidenses ante la inseguridad, porque simplemente no tiene resultados que ofrecer: ni para castigar la derrota de Culiacán, lo cual implicaría golpear al cártel de Sinaloa, ni para resolver el multihomicidio de los LeBarón, lo cual implicaría capacidad de investigación y control territorial sobre una zona geográfica endemoniadamente extensa y complicada, intervenida por el crimen. El gobierno no tiene respuestas a los hechos que han hecho reaparecer la cantaleta del Estado fallido. Tampoco tiene una estrategia de seguridad convincente que ofrecer, lo cual suma a sus debilidades tácticas la debilidad estratégica. El costo de la presión estadunidense ha sido alto para el gobierno de López Obrador y lo seguirá siendo. La aprobación esperada del T-MEC en las semanas que corren podría ser un gran alivio. Pero el horizonte de la campaña electoral de Trump, con México como una de sus piñatas discursivas favoritas, no augura nada bueno. Una vez más, estamos durmiendo con el elefante, y el elefante está inquieto, porque hemos llamado su atención dos veces en un año, y ha volteado a vernos y al voltearse…
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