1st Agreement in the Trade War

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El principio de acuerdo entre Estados Unidos y China para reducir su enfrentamiento comercial no es tan fantástico como ha dicho el presidente Donald Trump. Pero lo cierto, sin embargo, es que marca un importante punto de inflexión en una guerra comercial que ya dura dos años y que ha afectado seriamente al crecimiento de la economía mundial. Dicho principio de acuerdo reduce las incertidumbres económicas y políticas porque marca el inicio de una etapa de relaciones más amigables entre las dos primeras potencias mundiales. Washington y Pekín se han comprometido a mantener abiertas nuevas fases de negociaciones para profundizar en los contenciosos pendientes, que son los más complejos, y que exigirán más tiempo. El principio del fin de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, en cualquier caso será bueno para los dos países y por tanto también lo será para la economía mundial. El presidente Trump tiene especial interés en vender como fantástico el acuerdo alcanzado porque puede beneficiarle mucho en su carrera para conseguir su reelección al frente de la Casa Blanca en las elecciones del próximo noviembre, en unos momentos de horas bajas por el proceso de destitución al que se enfrenta. Para él supone reforzarse políticamente porque cumple su promesa de corregir la competencia desleal de China, porque los sectores agrícola y manufacturero, que son un importante caladero de votos, incrementarán su volumen de negocio con el gigante asiático y porque los mercados bursátiles, cuya evolución es clave para la confianza ciudadana, deberán estar más tranquilos y con buenas perspectivas en un año electoral. Tanto Estados Unidos como China han señalado que el principio de acuerdo incluye también medidas, aún no detalladas, que afectan al respeto de la propiedad intelectual, que debería poner fin al espionaje industrial chino, y a la supresión de las transferencias obligadas de tecnología que deben hacer las empresas americanas que quieren vender en el mercado asiático, así como compromisos relativos a los servicios financieros, el tipo de cambio del yuan y el reforzamiento de los intercambios comerciales que deberán desarrollarse en el futuro. El acuerdo, sin embargo, no concreta ni cómo ni cuándo China hará las reformas estructurales exigidas por Estados Unidos para eliminar las ayudas públicas a sus empresas, que es uno de los aspectos más difíciles de afrontar por el Gobierno de Pekín.

En realidad técnicamente, a la espera de que se conozca la letra pequeña, el principio de acuerdo alcanzado comporta algunas concesiones de Estados Unidos a cambio de compromisos insuficientes por parte de China, según la mayoría de analistas. El presidente Trump ha tenido interés en destacar , en especial, el compromiso de China de aumentar en 200.000 millones de dólares, durante los próximos dos años, sus compras de productos americanos de los sectores energéticos, manufactureros, agrícolas (50.000 millones) y de servicios. A cambio ha dicho que Estados Unidos renuncia a imponer nuevos aranceles sobre 160.000 millones de importaciones chinas, que debían entrar en vigor hoy domingo, y reduce a la mitad, del 15% al 7,5%, los aranceles que impuso el pasado primero de septiembre sobre productos por valor de 120.000 millones de dólares.

Las nuevas fases de negociación deberán reequilibrar el dominio tecnológico entre ambas potencias y el déficit comercial de Estados Unidos con China, que supera los 400.000 millones de dólares. Trump, como exigencia de cumplimiento de lo acordado y como medida de presión para las futuras negociaciones, mantiene los aranceles del 25% que impuso en su día sobre productos de China por valor de 250.000 millones de dólares, que son dos terceras partes de las ventas de ese país a Estados Unidos y que penalizan gravemente a las empresas del gigante asiático. Ello limita mucho el impacto económico del acuerdo alcanzado aunque política y estratégicamente suponga un avance hacia la paz comercial y la reducción de incertidumbres.

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