El tiempo para los lamentos retóricos pasó hace mucho y la realidad sigue siendo la misma: los Estados le están fallando al mundo entero.
Enfrentando la amenaza más grande para la subsistencia de la humanidad, los grandes Estados, principales culpables de esta emergencia, decidieron actuar con la arrogancia de siempre. La decepción que ha generado la Conferencia de las Partes (COP) 25, que terminó en Madrid este fin de semana, demuestra la desconexión entre la urgencia manifiesta que representa el cambio climático y la voluntad política para evitar que la situación llegue a sus peores condiciones.
La emergencia climática ha puesto en evidencia lo poco preparados que están nuestros países para responder a un problema necesariamente global. El reto es tan grande, que uno esperaría llegar a un consenso sobre cómo reaccionar sería la prioridad en la agenda de todos los Estados. Lo que hemos visto, sin embargo, es que los más preocupados son los países isleños, que serán los más afectados por una crisis que no causaron, mientras que los mayores responsables se sienten cómodos obstruyendo el cambio que se necesita.
Tal vez era ingenuo esperar un resultado distinto. Después de todo, en Estados Unidos hay un negacionista de la emergencia climática, en Brasil hay un mandatario que culpa a las ONG de los incendios en la Amazonia, en India hay un gobierno cada vez más populista y aislacionista, y en China se mantiene un doble discurso sobre la importancia de la sostenibilidad siempre y cuando no afecte su desarrollo económico.
Mientras un grupo de países, liderados por la Unión Europea, esperaban que la COP 25 consiguiera acuerdos contundentes para enfrentar la emergencia, los países mencionados jugaron a la obstrucción. El resultado es que, pese a que la cumbre se alargó dos días más de lo planeado, el acuerdo final esté lleno de lenguaje vago y pocos compromisos serios. La inminencia de la emergencia climática no fue suficiente para que el sentido común primara.
El secretario general de la ONU, António Guterres, se declaró “decepcionado”, porque “la comunidad internacional ha perdido una oportunidad importante de mostrar una mayor ambición en mitigación, adaptación y finanzas para afrontar la crisis climática”. “El mundo nos está mirando y espera soluciones concretas más ambiciosas. Por lo tanto, no estamos satisfechos”, dijo la ministra del Medio Ambiente de Chile, Carolina Schmidt, quien lideró la cumbre.
Se trata de sollozos que hemos escuchado en el pasado. El tiempo para los lamentos retóricos pasó hace mucho y la realidad sigue siendo la misma: los Estados le están fallando al mundo entero. Es inevitable pensar en la pregunta que, con justa rabia, planteaba Greta Thunberg hace unos meses: “¿Cómo se atreven?”.
Hay algunos aspectos positivos. Cerca de 80 países se comprometieron a presentar planes de reducción de emisiones de carbono mucho más ambiciosos el año entrante. Pero sin la participación de los grandes contaminantes, son paños de agua tibia.
Tal vez en la COP 26 de Glasgow del año entrante, ojalá con un presidente electo en Estados Unidos que deje de ver este tema como un chiste, se alcancen mejores acuerdos. La historia hasta ahora no nos permite tener muchas esperanzas.
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