Cuatro años atrás, el resultado del referéndum en favor del Brexit en Reino Unido y el triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos fueron considerados como señales ominosas del futuro de las democracias en el mundo. Para otros, hacer tal afirmación tras dos resultados electorales inesperados en 2016 era algo precipitado: después de todo, podrían tratarse de meros casos aislados.
Cuatro años después, las consecuencias de ambas votaciones –junto con las elecciones de muchos otros países de entonces a la fecha– parecen ser más claras. En el caso de Reino Unido, aunque a la fecha la implementación definitiva del Brexit ha resultado ser mucho más difícil de lo que vaticinaban sus proponentes originales, es un hecho que la separación de este país de la Unión Europea se llevará a cabo en algún momento u otro, y con ello dará un duro golpe a la economía inglesa, sino a la supervivencia misma de la Unión Europea. Desde el referéndum de Brexit ha habido dos elecciones parlamentarias en Reino Unido y en ambas se ha ratificado la mayoría del partido conservador y el mandato del referéndum.
Desde el punto de vista de muchos expertos, Brexit es una iniciativa económica y socialmente indeseable para el Reino Unido: si bien su impacto difiere para distintos grupos sociales y regiones, puede afirmarse que Brexit implica más costos que beneficios. ¿Cómo explicar entonces que esta iniciativa haya sido apoyada tres veces en las urnas de 2016 a la fecha?
Consideremos ahora el caso de Estados Unidos. A lo largo de 2016 pocos consideraban que Trump consiguiera la candidatura, primero, o la presidencia, después. Sin embargo, la mayoría de tales pronósticos fallaron.Los simpatizantes del partido republicano nunca lograron coordinarse para que otro precandidato lo derrotara. Por otro lado, aunque Hillary Clinton ganó el voto popular, su campaña resultó vulnerable y perdió el colegio electoral.
A la fecha no sabemos si Trump conseguirá la reelección. En su favor operan la ventaja electoral de ejercer el cargo y un desempeño económico superior al de otros países desarrollados.
En su contra está el hecho de que la mayoría de la población desaprueba su gobierno desde que rindió protesta en el cargo. El juicio político que está en marcha en su contra, iniciado por la mayoría demócrata del Congreso, puede perjudicar su campaña, pero también podría consolidar y movilizar a su base electoral.
Lo que es un hecho es que las erráticas políticas de Trump están entre las principales fuentes de incertidumbre a nivel mundial y están entre las principales causas de la desaceleración económica internacional.
Es posible que las políticas proteccionistas de Trump hayan ayudado a la economía estadunidense a costa de castigar el crecimiento económico del resto del mundo.
Desde el punto de vista de México, el gobierno de Trump es la principal amenaza externa al desarrollo del país.
Hoy puede afirmarse con mayor certidumbre que tanto el caso del Brexit como el de Trump son dos ejemplos de cómo diferentes sistemas políticos –electorales pueden acabar llevando al poder a malos gobernantes– o que malas propuestas, como el Brexit, ganen o sean ratificadas en las urnas. El primero nos habla de la vulnerabilidad de los mecanismos de democracia directa. El segundo nos habla de la vulnerabilidad de los sistemas de partidos y la democracia representativa.
Ambos casos ponen en relieve un tercer factor: la relevancia de que los partidos de oposición sean capaces de cumplir su función de contrapeso y/o control al poder en turno. Tanto la más reciente elección de Reino Unido como una eventual reelección de Trump evidenciarían una grave incapacidad de los partidos opositores de ofrecer mejores alternativas al electorado.
Si tanto malos políticos como malas políticas pueden conseguir triunfos electorales o incluso la reelección, ¿cuánta confianza debemos tener en la democracia constitucional como mecanismo para elegir o premiar mejores gobiernos?
¿Cuál es la diferencia entre un mal gobierno elegido democráticamente y un gobierno autoritario que simula contar con mecanismos democráticos? ¿Podemos confiar en que el electorado distinga uno de otro?
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