The Divine Extreme Right

Published in Prensa Libre
(Guatemala) on 6 January 2020
by Carolina Vásquez Araya (link to originallink to original)
Translated from by Madeleine Brink. Edited by Arielle Eirienne.
Since the mid-20th century, many Protestant and Pentecostal religions have been growing quickly in Latin America. The phenomenon is rooted in strategies for geopolitical influence, mobilized by the United States, in order to influence social movements on our continent and thus neutralize any budding rebellion or subversion among our society’s least privileged. This strategy began during the context of the Cold War: using brand new marketing techniques, these religious groups were able to reach the public via TV programs, marches and public gatherings, as well as by whittling away house after house, to win over new devotees.

The soil was fertile. The Roman Catholic Church, with its unchallenged and undisputed preeminence in Latin American societies and governments, never worried much about defending or broadening its influence, which it considered to be nothing more or less than a cultural fact. Because of its unbothered monarchical attitude, the Catholic Church was undermined, and slowly but surely, members of its fold have been attracted elsewhere, moving to religious groups that better identify and attend to their needs and desires. Conservative Catholicism’s elitist structures were unable to avoid the rise of prosperity theology, whose influence continues to grow, as can be seen as new churches, which offer spiritualities more in-touch with the lower classes, pop up constantly.

Prosperity theology is one of the most egregious tools of neoliberalism, used to convince the population of a relationship between their closeness to God and material comfort. Usually, this “connection” works best for the pastor, and through his success, for the expansion of the church. Such theological ideology also supports the idea that prosperity comes from individual work, and not through the state’s redistribution of the country’s wealth. A further aspect of the ideologies associated with these religions is the negation of all forms of equality: gender, sexual orientation, sexual and reproductive rights, women’s equality and any other form of democratization that might challenge their ultra-conservative doctrines.

This religious movement—mainly, and successfully, a political strategy—now threatens the civil rights of citizens in a majority of Latin American countries, where members of these religious groups have infiltrated the political realm. Their presence is strong, and they have an outsized impact on society as a whole. Two clear examples are the threat to our right to religious liberty as well as to the guarantee of a secular state, both of which are ensured in our constitutional documents. Manipulating faith, a phenomenon helped along by many people’s lack of access to quality education, is one of the most insidious ways to neutralize the nuanced and intelligent participation of a responsible citizenry when it comes to our societies’ most decisive public events.

The thinking that comes out of ultra right-wing groups has always been focused on obtaining maximum benefit from a predatory, unjust and individualistic system. Such thinking has entered public political debate under the guise of religiosity and is influencing electoral processes and labor legislation. Behind these changes is the urge to cut large portions of the populace out of public participation, as well as the desire to consolidate the political and economic status quo that the United States established decades ago in its “backyard.” The show that corrupt, despicable and avaricious businessmen and politicians put on of praying in their offices, so common these days, is among the worst of their crimes.


A partir de la segunda mitad del siglo pasado se produjo un crecimiento repentino de los cultos protestantes y pentecostales en todos los países de América Latina; este fenómeno tuvo su origen en estrategias de dominio geopolítico establecidas por Estados Unidos como una forma de incidir en los movimientos sociales de nuestro continente y neutralizar —en el marco de la Guerra Fría— todo brote de subversión en los sectores más pobres. Con una novedosa estrategia mercadológica nunca antes vista, estas sectas lograron llegar a la población por medio de programas de televisión, marchas, grandes concentraciones en sitios públicos y una labor de zapa, casa por casa, para conquistar nuevos adeptos.

El terreno estaba abonado; la iglesia católica —con su preeminencia indiscutible en las sociedades y gobiernos latinoamericanos— nunca se preocupó gran cosa por defender y aumentar su influencia, dado que esta se consideraba garantizada. Por lo tanto, su actitud monárquica le jugó la mala pasada y poco a poco su feligresía fue desgranándose para migrar hacia un culto más cercano a sus intereses y necesidades. Las estructuras elitistas del catolicismo conservador no pudieron evitar el auge de esta nueva ideología de la prosperidad cuya influencia fue creciendo a medida que aparecían por todos lados pequeños templos con una oferta más atractiva y cercana a los sectores populares.

Esta ideología representa uno de los instrumentos más audaces del sistema neoliberal para convencer al pueblo de la existencia de una relación entre su comunión con Dios y los beneficios materiales, generalmente destinados a enriquecer a su pastor y, por tanto, a engrandecer a su iglesia. De ahí procede la idea de que la prosperidad debe provenir del esfuerzo personal y no de una adecuada redistribución de la riqueza del país desde la administración del Estado. Otro de los fundamentos de estos credos es el énfasis en la negación de toda forma de equidad: de género, diversidad sexual, derechos sexuales y reproductivos, feminismo y todo cuanto signifique un desafío a sus doctrinas ultra conservadoras.

Esta estrategia —exitosa y eminentemente territorial— es hoy una amenaza contra los derechos civiles en la mayoría de países latinoamericanos, en donde se puede observar la infiltración de estas sectas en la política, hasta el extremo de determinar el rumbo de las decisiones que afectan a la ciudadanía en su conjunto; en cuenta, los derechos a la libertad de culto y la naturaleza laica de los Estados, establecidos en los textos constitucionales. La manipulación de la fe —fenómeno facilitado por restricción del acceso de los pueblos a una educación de calidad— es una de las formas más nefastas de neutralizar su participación consciente y analítica en los eventos políticos más decisivos de su país y ejercer así una ciudadanía consciente y responsable.

A partir de la segunda mitad del siglo pasado se produjo un crecimiento repentino de los cultos protestantes y pentecostales en todos los países de América Latina; este fenómeno tuvo su origen en estrategias de dominio geopolítico establecidas por Estados Unidos como una forma de incidir en los movimientos sociales de nuestro continente y neutralizar —en el marco de la Guerra Fría— todo brote de subversión en los sectores más pobres. Con una novedosa estrategia mercadológica nunca antes vista, estas sectas lograron llegar a la población por medio de programas de televisión, marchas, grandes concentraciones en sitios públicos y una labor de zapa, casa por casa, para conquistar nuevos adeptos.


Los textos constitucionales establecen la laicidad de los Estados.
Carolina Vásquez Araya
El terreno estaba abonado; la iglesia católica —con su preeminencia indiscutible en las sociedades y gobiernos latinoamericanos— nunca se preocupó gran cosa por defender y aumentar su influencia, dado que esta se consideraba garantizada. Por lo tanto, su actitud monárquica le jugó la mala pasada y poco a poco su feligresía fue desgranándose para migrar hacia un culto más cercano a sus intereses y necesidades. Las estructuras elitistas del catolicismo conservador no pudieron evitar el auge de esta nueva ideología de la prosperidad cuya influencia fue creciendo a medida que aparecían por todos lados pequeños templos con una oferta más atractiva y cercana a los sectores populares.

Esta ideología representa uno de los instrumentos más audaces del sistema neoliberal para convencer al pueblo de la existencia de una relación entre su comunión con Dios y los beneficios materiales, generalmente destinados a enriquecer a su pastor y, por tanto, a engrandecer a su iglesia. De ahí procede la idea de que la prosperidad debe provenir del esfuerzo personal y no de una adecuada redistribución de la riqueza del país desde la administración del Estado. Otro de los fundamentos de estos credos es el énfasis en la negación de toda forma de equidad: de género, diversidad sexual, derechos sexuales y reproductivos, feminismo y todo cuanto signifique un desafío a sus doctrinas ultra conservadoras.

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Esta estrategia —exitosa y eminentemente territorial— es hoy una amenaza contra los derechos civiles en la mayoría de países latinoamericanos, en donde se puede observar la infiltración de estas sectas en la política, hasta el extremo de determinar el rumbo de las decisiones que afectan a la ciudadanía en su conjunto; en cuenta, los derechos a la libertad de culto y la naturaleza laica de los Estados, establecidos en los textos constitucionales. La manipulación de la fe —fenómeno facilitado por restricción del acceso de los pueblos a una educación de calidad— es una de las formas más nefastas de neutralizar su participación consciente y analítica en los eventos políticos más decisivos de su país y ejercer así una ciudadanía consciente y responsable.


Los sectores de extrema derecha, cuyo pensamiento siempre ha estado enfocado en obtener los mayores beneficios posible de un sistema depredador, injusto e individualista, se han subido a esta plataforma haciendo gala de una falsa religiosidad, por medio de la cual influyen en procesos electorales y en una labor legislativa cuyo propósito es ir eliminando espacios de participación de las grandes mayorías. Esto, con el fin de consolidar el sistema político-económico establecido desde hace décadas por Estados Unidos para los países de su patio trasero. Esos espectáculos de oración en los despachos de empresarios y gobernantes corruptos, rastreros y codiciosos, tan comunes en estos tiempos, constituyen la peor de las ofensas.
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