Una atmósfera pesimista se vivió en el congreso de la Asociación Económica Americana que se reunió a principios del año. Según The New York Times, la mayoría de los participantes advirtieron sobre las consecuencias negativas de la guerra comercial desatada por el presidente Trump, los crecientes déficits fiscales y la incapacidad de los bancos centrales para contrarrestar una nueva recesión.
La expansión de la economía norteamericana es una de las más largas de la historia al completar 11 años. El problema es que reposa sobre cimientos precarios: exceso de gasto público, recaudo tributario escaso y tasas de interés demasiado bajas. Cuando llegue el fin de la expansión, que tiene que suceder en algún momento, no habrá munición fiscal ni monetaria para enfrentarla, dando lugar a un doloroso ajuste. El Banco Mundial pronostica crecimientos por debajo del 2 % en 2020 y 2021, y califica de frágil la expansión global.
Los riesgos se acumulan en dirección al deterioro de la economía por el escalamiento de las guerras comerciales, el freno de la actividad económica en Estados Unidos y Europa, así como la posibilidad de crisis financieras en China e India, que han alimentado sus expansiones con crecientes volúmenes de crédito. Aunque se ha dado una tregua entre Estados Unidos y China en su confrontación, sucede lo contrario con Francia, que aumentó sus impuestos contra las grandes empresas tecnológicas norteamericanas, que el señor Trump contestó con tarifas sobre sus industrias de la moda, vinos y quesos, amenazando con extenderlas a la Unión Europea. La otrora boyante industria alemana lleva cuatro meses de contracción; más recientemente, la actividad manufactura en Estados Unidos también se redujo.
Es evidente que los estímulos tributarios de la reforma de 2017, proclamada por Trump como una turborecarga de la inversión privada, se han disipado y no hay evidencia de que la haya aumentado significativamente; tampoco el incremento del gasto público financiado con deuda, que ya alcanzó el billón de dólares, ha logrado impedir la ralentización del crecimiento de la economía.
Lo grave es que se ha deteriorado la productividad de Estados Unidos, mientras que el alza de los salarios está comenzando a morder las utilidades. La represión de la inmigración ha contribuido a este resultado: contrae la oferta de trabajo no calificado y también del calificado y profesional, lo que afecta de nuevo la productividad. Para rematar, la austeridad destructiva, como la llamó Paul Krugman, ha deteriorado seriamente la infraestructura de transporte y energía. La desconfianza de la extrema derecha en la ciencia ha inducido también el retroceso de la inversión pública en investigación y desarrollo.
Uno de los debates notables del congreso fue entre Larry Summers, exsecretario de Hacienda de Obama, y Gregory Mankiw, autor conservador del texto más popular de Principios de economía. El primero dijo que era necesario un aumento sustancial del gasto público, sin importar que aumentara el déficit fiscal, mientras que el segundo lleva advirtiendo desde 2008 que el gasto público es peligrosísimo. Repitió que el alto nivel de deuda acumulado paralizará el crecimiento.
Se le adjudica a Einstein la frase “la locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. La necedad de los economistas se muestra en que afirman lo mismo durante muchos años, esperando que por fin se cumpla.
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