Irán versus Estados Unidos: ¿qué cambiará en Medio Oriente?
La acción estadounidense de eliminar a Qassem Soleimani fue la más importante en el Medio Oriente desde la invasión que hizo a Irak en 2003. La muerte de Osama Bin Laden no fue más que la desaparición de un forajido. El Acuerdo Nuclear promovido por Barack Obama fue abandonado por las partes. El traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén logró pocas adhesiones. Todo el accionar de Washington en el teatro sirio ha sido errático. Aquí, en cambio, se trató de la ejecución de un funcionario de primera línea de un gobierno rival. Las lágrimas del ayatolá Ali Jamenei sobre el ataúd de Soleimani demuestran que el golpe de Donald Trump fue directo al corazón del poder iraní.
No es posible empujar la decisión de Trump al ámbito de lo exclusivamente electoral. El asesinato de Soleimani, aunque sorpresivo e impactante, continúa con la línea de política exterior que se propuso el presidente estadounidense desde su llegada a Washington. Sanciones económicas contra Teherán y sus agrupaciones regionales aliadas, la inclusión de la Guardia Revolucionaria en la lista de organizaciones terroristas, la denuncia del Acuerdo Nuclear y la espectacular visita a Arabia Saudita, donde señaló la amenaza iraní sin ambages, son algunos de los hitos de este vínculo que se sostiene en base a la disputa y la confrontación. Sin embargo, las elecciones de noviembre no pueden quedar afuera del radar. Trump no fue a buscar a Medio Oriente el triunfo material en un conflicto armado, sino la impresión de que tiene mano firme para defender los intereses de los Estados Unidos: es la imagen que esperan sus votantes, ante el contexto de duda que podría abrir el intento de impeachment en su contra.
La respuesta iraní era necesaria, dada la figura que había sido protagonista de la baja. Casi una cuestión de honor. Su proporción fue la esperada: Hassan Nasrallah, el conductor de Hezbolá, había anunciado unos días antes que el contraataque sería proporcional, oficial y apuntaría a intereses militares. El ayatolá Jamenei no se entregaría a una guerra total con la potencia más poderosa del mundo. La fuerte retórica de la venganza, izada en tonos de rojo en la ciudad de Qom, fue el velo de un silencioso cálculo estratégico, racional, que resultó en una medida quirúrgica contra las bases estadounidenses en Irak.
Los aliados de Trump en la región preanunciaron la tregua antes del discurso del presidente estadounidense. Mientras la cancillería saudita había alentado a Teherán al diálogo, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu colocó a la muerte de Soleimani en el ámbito de una confrontación irano-estadounidense. Ambos gobiernos, duros rivales del ayatolá, desalentaron un escenario bélico y, en cambio, propusieron canales de negociación. En definitiva, como decía aquel general prusiano, la política es la continuación de la guerra por otros medios.
Por otra parte, el terrible final del vuelo 752 de Ukranian International Airlines fue una tragedia para sus víctimas y también para el gobierno de Irán. La mentira inicial y posterior retractación abrió espacios para la crítica provenientes del Movimiento Verde, cuyos líderes, opuestos al régimen, están con prisión domiciliaria; incluso dentro del grupo gobernante la murmuración contra los responsables se hizo sentir en los medios públicos. Los manifestantes volvieron a la calle, aunque con un volumen mucho menor que en las protestas de noviembre y diciembre. Esta situación impidió que el gobierno capitalice la situación de conflicto con Estados Unidos.
El futuro asoma cargado de tensión, pero eso no es muy distinto a lo que ha vivido la región en los últimos setenta u ochenta años. Irán pretende el retiro de todas las tropas estadounidenses de la zona, más de cincuenta mil, mientras Washington alienta un cambio rotundo en las políticas del gobierno de los ayatolás, que el año pasado conmemoró cuarenta años de estabilidad. Ambos tienen estos objetivos de máxima, que preanuncian negociaciones muy difíciles. Mientras tanto, los gobiernos de Alemania, Francia y el Reino Unido han pedido a Irán que se atenga a los términos del Acuerdo Nuclear. Trump, con un poco de desdén, dijo que está dispuesto a un nuevo tratado. Las condiciones para Teherán serán, sin duda, mucho más duras, por lo que deberá reconsiderar su posición. Un retorno al pacto de 2015 le garantizaría retener el respaldo de las potencias europeas.
Mientras tanto Irak, tironeado de uno y otro lado, se prepara para ser el pato de la boda. Allí, los kurdos se oponen a la retirada estadounidense, temerosos de quedar en una posición de mayor vulnerabilidad. Adel Abdul-Mahdi, primer ministro en funciones, lleva más de un mes con la renuncia presentada. Es quien está detrás de la propuesta de la salida de las tropas de Donald Trump.
El presidente Barham Salih, también kurdo, se niega a nombrar como nuevo primer ministro a cualquier candidato propuesto por la coalición Fatah, abiertamente alineada con Teherán. Los partidarios de esta última, entre los que se incluye a Kata’eb Hezbolá, han tomado las calles, asolando la llamada “Zona Verde” de Bagdad, donde está ubicada la embajada de Estados Unidos.
Mientras tanto, las manifestaciones populares contra el gobierno se suceden desde octubre, en reclamo por una mejora en las condiciones de vida y medidas de lucha contra la corrupción. La situación es de enorme volatilidad, y el enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán se hará sentir especialmente en este país.
La muerte de Qassem Soleimani no acabó con los problemas del Oriente Medio. En cambio, sirvió como catalizadora para poner en evidencia las tensiones en su interior. Ahora toca reconstruir esa delicada estabilidad regional que, como un castillo de naipes, es siempre frágil y vulnerable.
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