Trump, Iran and Reelection

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En medio de un impeachment que parece marchar a vía muerta en el Senado de los EE.UU. con mayoría republicana, todos se preguntan si la fusión entre una guerra en ciernes y un proceso electoral en curso llevarán finalmente a la reelección del presidente Donald Trump.

Es difícil saberlo, pero es claro que la campaña presidencial y la inminencia de la guerra pueden ir de la mano ¿Cómo se está viviendo en Estados Unidos la calma después de la tormenta de la escalada con Irán?

Una posibilidad de guerra sin explicación presenta mucho cambio para esta nueva década americana, pero algunas situaciones parecen repetirse. No es la primera vez que la guerra y la mentira forman parte de justificaciones que se probaron artilugios.

Baste recordar la segunda guerra de Irak y el falso argumento de las “armas de destrucción masiva” para reconocer que Trump no es tan innovador como se quiere. Pero una gran diferencia es que en esta hora de “posverdad” ni siquiera los actos de guerra se presentan como tales. Luego de dar explicaciones varias, y a veces contradictorias, el mismo Trump al final afirmó que no importan las razones detrás de sus actos.

Así, una situación tan extrema a nivel internacional se vivió con los tiempos, los actos y las palabras a las que nos tiene acostumbrados el trumpismo. Es decir, poco cambió en la percepción de propios y ajenos. Y por unos días la guerra externa se volvió un aspecto más de la campaña por la reelección. Por ahora, (¿y solo por ahora?) se volvió a las crisis más cotidianas como el impeachment, los recurrentes escándalos legales e ilegales, y también los furcios y discriminaciones arquetípicas del caudillo norteamericano.

Para gran parte de los analistas en este país, el asesinato del jefe militar iraní Qasem Soleimani en territorio iraquí, sin motivos de peligro inminente, sin juicio previo y sin guerra declarada, tuvo claras funciones propagandísticas. En este marco, poco le importaron a Trump los datos concretos y verdaderos: que el asesinado era un asesino, que Irán es una autocracia, o un “régimen terrorista“.

O los datos, probablemente falsos: que Soleimani planeaba atentados inminentes contra embajadas americanas. El comandante iraní fue eliminado por motivos electorales. La idea sería generar apoyo popular y asimismo escaparle al juicio político que se tramita en el Congreso.

No sin razones, muchos escucharon ecos fascistas en esta fusión entre política interna y externa. Y sin embargo, las circunstancias son diferentes. Trump no es un dictador y hasta ahora sus poderes son limitados. No puede tan fácilmente inventar invasiones sin apoyo del Congreso, con el que mantiene un conflicto muy serio que cada vez más se acerca a la frontera de una crisis constitucional, solo evitada por el hecho de que el partido Republicano se ha vuelto el partido Trumpista.

Así, en el marco de su campaña por la reelección y un incierto proceso de juicio político, es necesario recordar que Trump no es un líder indiscutible. El actual presidente norteamericano ganó una elección presidencial en 2016 sin sacar ni siquiera (como lo hicieron la mayor parte de los populismos en tantas ocasiones) una pequeña diferencia con la oposición. Pero en cualquier caso, identifica una victoria electoral y los votos que le fueron propios con la voluntad absoluta del pueblo en su conjunto.

Trump obtuvo la victoria en el colegio electoral y dos años después perdió las elecciones parlamentarias. Y sin embargo, constantemente argumenta que él y el pueblo son la misma cosa. Esta idea de unidad que en realidad implica unificación entre un sector de la población y su líder, resulta en la noción antidemocrática de que la oposición no tiene legitimidad. Nadie puede afirmar que Donald Trump se distingue por sus lecturas, por sus nociones geopolíticas, o por su conocimiento de la constitución. Tampoco lo distinguen el respeto a la legalidad, a la separación de poderes, y la tolerancia a los interlocutores con lo que no se está de acuerdo. La prensa independiente es un problema para el caudillo de la Casa Blanca.

Trump no es un teórico de la política, o de la teoría del populismo. Lo contrario es más cercano a la verdad. Y sin embargo, su autoritarismo en democracia mantiene semejanzas con antecesores como el empresario Silvio Berlusconi, y con congéneres como Rodrigo Duterte en Filipinas y Jair Bolsonaro en Brasil. En suma, Trump representa el arquetipo del líder populista pero ninguno de sus colegas hicieron de la guerra concreta un motivo central de su política. En esto Trump se acercó por unos días a los líderes fascistas del periodo de entreguerras. En el contexto del conflicto con Irán, Trump no aceptará nunca que los demócratas puedan tener motivos legítimos en su oposición a sus peligrosas jugadas en Oriente medio. Así, los demócratas y sus votantes son para Trump, “gente viciosa y horrible”. El líder y sus votantes, son el “pueblo real”, una comunidad racial -y racista- que juega con llevar a cabo guerras no declaradas y hacer que esta tercera década del siglo XXI presente peligrosas semejanzas con las sombras ya centenarias de los años 20.

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