Más ‘show’ televisivo que Constitución
El discurso del estado de la Unión de Trump fue una prueba de su destreza como prestidigitador
La política dejó de ser substancia para convertirse en teatralidad vacía. La substancia, que la hay, fluye fuera de los focos, sin control democrático. Se llama ‘privatiza todo lo que puedas, o contamina sin complejos’. El no-‘impeachment’ a Donald Trump ha estado más cerca de un ‘show’ televisivo que de la Constitución. Es el espacio ilusorio en el que el presidente de EEUU es un maestro. Su discurso del estado de la Unión -que debería actualizarse; mejor de la Desunión- fue una prueba de su destreza como prestidigitador: mezcla medias verdades, exageraciones y mentiras con gran aplomo. Da igual lo que diga porque tiene un público fiel que le cree. Está en sus máximos niveles de aprobación (49%) y en los más bajos de rechazo (51%). Algo están haciendo mal los demócratas. No piensen en el caos de Iowa, es mucho más grave.
El senador de Utah, Mitt Romney, excandidato a la presidencia frente a Obama, fue el único republicano de la Cámara que votó a favor de procesar a Trump por abuso de poder. Es la primera vez en la historia de EEUU que un senador vota contra el presidente, siendo ambos del mismo partido. El discurso de explicación de voto de Romney es una obra maestra de la decencia. Hay algo en su fondo ético y en su rotundidad que deberían analizar los demócratas. Ese tipo de argumentos pueden funcionar. Su decisión le va a costar caro: ‘bullying’ en las redes y en los sectores ultraconservadores e insultos de Trump. Romney es la única esperanza a medio plazo de recuperación del Partido Republicano, rendido al trumpismo y a sus excesos.
Un día después de superar el no-‘impeachment’, el presidente blandió las portadas de dos de los grandes periódicos, sus enemigos desde hace cuatro años, con el titular “Trump absuelto”. Ese va a ser el motor de su campaña. ¿Qué tienen los demócratas para enfrentarle en las urnas el 3 de noviembre? De momento poco. No hay candidato claro ni mensaje, más allá de desalojar a Trump de la Casa Blanca.
Bloqueo constante
Escribo no-‘impeachment’ porque no ha habido proceso, ni visión de las pruebas ni llamada de testigos, solo el bloqueo constante de la mayoría republicana en el Senado para impedir la declaración del exasesor de Seguridad Nacional John Bolton, un halcón resentido y con la lengua suelta. Han impuesto una absolución exprés pese al daño que causa a la separación de poderes y al control del Ejecutivo, una de las obligaciones constitucionales del Congreso. Los demócratas podrán seguir investigando el caso, intentar que Bolton declare en la Cámara baja, y poco más. El ‘impeachment’ era el campo de batalla que quería el presidente, y a él han acudido a sabiendas de que no podían ganar la batalla.
Nancy Pelosi, demócrata, presidenta de la Cámara de Representantes y tercera autoridad del Estado, se resistió durante meses al proceso de destitución. Al final cedió a las presiones de sus congresistas. En el debate del Estado de la ‘Desunión’, Trump le negó la mano, y ella rompió la copia del discurso presidencial. Después explicó la razón: era una sarta de mentiras.
Uno de los momentos más ignominiosos ha sido la concesión de la Medalla Presidencial de la Libertad a Rush Limbauhg, odiador profesional que difunde xenofobia, machismo, racismo y homofobia desde su micrófono de radio. Era trumpista antes de Trump. La excusa es que tiene cáncer. El presidente le agradeció sus servicios. El primer ganador de la medalla, creada en 1946, fue el economista Galbraight; después hay de todo, desde lo bueno -John Steinbeck, Jean Monnet, Pau Casals, Lech Walesa o Nelson Mandela- hasta lo malo: Charlton Heston, Álvaro Uribe, Milton Friedman o Dick Cheney.
Hasta el año 90.000
Además de blandir las portadas, como si fuera el reconocimiento de una capitulación ante un ser superior, Trump colgó un tuit en su cuenta con un vídeo con su reelección en el 2020, algo que entra dentro de la lógica, y en el 2024 (tendría que cambiar la Constitución, como hizo en su momento Evo Morales), 2028, 2032… hasta el año 90.000. Es un golpe de ironía que no deja de mostrar el deseo inconsciente de perpetuarse en el poder como los líderes providenciales, los autócratas y los dictadores. También contiene un mensaje oculto a corto plazo: de aquí no me mueven los escándalos ni el abuso de poder. Y menos aún los demócratas enfrascados en las teorías conspiratorias contra Bernie Sanders, un tipo atractivo con discurso socialdemócrata que no ganaría las elecciones. Los que mueven la substancia y el teatro aceptarían cambiar un par de adjetivos, pero nunca el discurso entero.
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