Trump Wins Twice

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Prácticamente todos los expertos en la política de Estados Unidos (EE.UU), conocedores de su historia y su proceso constitucional, daban como un hecho que el presidente Donald Trump no sería destituido por el Senado, como lo pretendían sus encarnizados adversarios del Partido Demócrata.

Teniendo el Partido Republicano del presidente Trump la mayoría de escaños y votos en el Senado, al que le corresponde decidir si se destituye a un presidente en ejercicio, o no, era bastante improbable que se aceptara la propuesta de destitución.

Además, las acusaciones contra el presidente Trump no fueron suficientemente fundadas. Y si cometió alguna falta, no ameritaba la sanción extrema de la destitución del cargo presidencial. Cualquiera que haya observado el proceso con criterio independiente y sin apasionamiento ni prejuicios, podía ver claramente que la acusación del Partido Demócrata tenía un fin electoralista: destituir a Trump a fin de que no pudiese ser reelegido para un segundo mandato, y en todo caso, desacreditarlo políticamente y minar su candidatura.

Pero con esa aventura los líderes del Partido Demócrata se arriesgaron a que su estrategia contra Trump se convirtiera en un bumerán, es decir, que al fracasar se volviera contra ellos mismos como en efecto sucedió.

Trump salió victorioso del proceso de destitución y al mismo tiempo vencedor en su liderazgo nacional, pues se fortaleció su imagen política pública y por tanto su aspiración a la reelección en noviembre. Gracias al fracasado proceso de destitución Trump aumentó en 10 puntos su popularidad, según la firma encuestadora Gallup. El 49 por ciento de la población, casi la mitad, lo respalda después de dicho proceso.

Gallup ha recordado que en enero de 2012, el año de su reelección presidencial, el presidente Barack Obama tenía 42 por ciento de respaldo y 8 por ciento de indecisos. Trump, en cambio, tiene ahora la ya mencionada cifra de 49 por ciento de respaldo y apenas el 1 por ciento de indecisos. Con esas cifras, dicen los expertos, es casi imposible que Trump no sea reelegido en noviembre.

Pero la enseñanza del fracasado proceso de destitución del presidente Donald Trump va más allá de lo propiamente electoral. Lo más importante en realidad es que la democracia de EE. UU. probó una vez más su fortaleza, flexibilidad y sostenibilidad.

Demostró que en la democracia estadounidense hasta el más encumbrado funcionario público puede ser acusado ante las instancias políticas y judiciales correspondientes, inclusive se puede demandar la destitución del presidente de la República de acuerdo con las normas constitucionales, sin que nadie –a menos que sea un despistado o un extremista–, pueda decir que se trata de un intento de golpe de Estado.

La única o la mayor consecuencia que una acusación como esa podría tener, es anecdótica. Como que el presidente acusado se negara a estrechar la mano de su implacable acusadora, y que esta rompiera los papeles con el discurso presidencial. Eso fue lo que ocurrió la noche del martes 3 de enero, cuando Trump presentó su mensaje a la Nación ante el Congreso de los EE. UU.

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