Pactar con terroristas
Solo un maestro alquimista de la mentira es capaz de convertir una rendición en victoria para sacarle luego rendimiento electoral
Se han sentado en la misma mesa, cara a cara, sin condiciones. Con el reconocimiento de su carácter de interlocutores únicos: las autoridades legalmente constituidas han quedado al margen. Ni siquiera han tenido que abandonar las armas. Han seguido matando hasta llegar a madurar el acuerdo. Entonces ha bastado una breve tregua, apenas una semana, para no ensangrentar la firma. Todo lo que pedían lo han conseguido y solo han entregado el compromiso verbal de sus buenas intenciones. Al final, obtendrán incluso una fotografía con el mandatario que les ha facilitado tan brillante resultado.
Quien tanto ha cedido no es un gobernante socialdemócrata, un apaciguador o un equidistante. Al contrario, es alguien que alardea del uso de la fuerza, asegura creer solo en las victorias y se muestra dispuesto a golpear a los adversarios sin permiso de nadie, y menos de las organizaciones internacionales. Con el acuerdo pretende terminar una guerra de 18 años y esto es siempre un motivo de alivio, sobre todo por el altísimo precio pagado en vidas: 110.000 civiles, militares y terroristas del país invadido, 3.500 de las fuerzas aliadas invasoras (62 de ellos militares españoles fallecidos en accidente aéreo).
Iniciada con la promesa de una democracia que iba a extenderse por todo Oriente Próximo, solo ha conseguido instalar un Gobierno de aires tribales y corruptos que ni siquiera controla el territorio. Nada en el acuerdo garantiza que no retorne la ferocidad de la secular esclavitud a la que estaba sometida la población femenina cuando gobernaban estos dignos interlocutores. Ni siquiera hay garantías de que no regresen los motivos de aquella guerra, iniciada en 2001 tras el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, cuando protegían a Osama Bin Laden. Ahora se han comprometido a garantizar que Al Qaeda no se instalará de nuevo en el país afgano, pero pocas o nulas garantías hay de que no lo haga, o que sean otros peores como los seguidores del Estado Islámico quienes desde allí ataquen de nuevo a los intereses de Estados Unidos.
Ha sido una guerra más de la era extraña en que vivimos, en la que nadie gana las guerras, todos las pierden, aunque Donald Trump exija e incluso reivindique victorias a partir de una derrota tan real como la que ha obtenido su país en Afganistán. Solo un maestro alquimista de la mentira es capaz de convertir la rendición ante los talibanes en victoria, para sacarle rendimiento luego en campaña electoral.
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