El coronavirus es hoy el peor enemigo del presidente de los Estados Unidos. Poco a poco se están desmoronando los cimientos de una política basada en el crecimiento de la economía y de los empleos a punta de gabelas a los grandes capitales. Las banderas de ‘America First’ contrastan no solo con el fantasma de una recesión, sino con las duras imágenes de los cementerios colectivos en estados como el de Nueva York.
El doctor Anthony Fauci, uno de los epidemiólogos más reconocidos en el país del norte y, por lo menos hasta la fecha, uno de los principales asesores de Trump para el manejo del covid-19, le propinó un tiro de gracia a su errática política. Declaró que de haberse tomado medidas de manera anticipada, quizás el número de víctimas fatales y de infectados sería menor. Con la arrogancia que lo caracteriza, el presidente no solo amenazó con despedir al galeno, sino que, en una maniobra desesperada por distraer a la opinión pública, retiró su apoyo a la Organización Mundial de la Salud, acusándola de encubrir a China en los albores de la crisis.
Estados Unidos se ha convertido en el epicentro de la pandemia. Lo que se pensaba era una simple “gripita” ha puesto a tambalear al gigante del mundo. Pronto llegará al millón de infectados y a los 50.000 decesos. El monstruo del coronavirus le mostró su peor cara a un país que, a pesar de sus ingresos económicos, carece de un sistema de salud pública accesible. Lógicamente, esto ha puesto en una condición de vulnerabilidad a las clases medias y bajas, donde paradójicamente se encuentra la base electoral de Trump.
Pero el virus también llegó en un momento crucial: la campaña por la presidencia. En el siglo XX han sido muy pocos los presidentes de EE. UU. que han perdido una reelección. Eso, sumado a la composición actual del Congreso y a las alentadoras cifras de la economía, hacían pensar que el magnate no tendría mayores obstáculos en su carrera por mantenerse en la Casa Blanca. Ni Bernie Sanders, un político considerado socialista, ni Joe Biden parecían tener chances de competir contra un presidente indescifrable, polarizador y caprichoso, que aun así es capaz de hablarle a una fanática masa republicana. Sin embargo, el panorama hoy en día no es muy alentador. Las encuestas no son del todo claras a favor del mandatario y sus políticas hacen agua. Se está quedando, poco a poco, sin cortafuegos y sin oxígeno.
Como si fuera poco, además de su equivocada estrategia para contener la misma pandemia que de manera reiterada y soberbia subestimó, se añade la reaparición de Barack Obama. En un video publicado hace pocos días, el expresidente se sumó a los apoyos para Joe Biden. Con su inconfundible carisma y ese halo de credibilidad que siempre lo ha caracterizado puso en evidencia la necesidad de un cambio de rumbo. En momentos en los que el liderazgo es casi tan importante como las medidas que se adopten para combatir la crisis del covid-19, explicó una a una las razones por las cuales Estados Unidos necesita a un mandatario comprometido con la salud y el bienestar de sus ciudadanos.
El apoyo de Obama a Biden es crucial. Sin mencionar a Donald Trump en los doce minutos que duró su intervención, el expresidente hizo un llamado a la solidaridad y a la unión de los ciudadanos. Insistió en que en tiempos de crisis el liderazgo humilde y empático importa. Pero, sobre todo, recordó la manera en que él y Biden lograron superar la recesión del 2008 y la crisis del ébola, haciendo un claro paralelismo con la situación actual. El carisma, experiencia y empatía de Obama, sin duda, contrastan con los defectos del tambaleante magnate.
El camino a la cúspide del Gobierno de los Estados Unidos no será fácil. Joe Biden tendrá que responder por acusaciones de acoso sexual. Su imagen, a pesar del apoyo de Obama y de Sanders, según muchos, parece no ser de talla presidencial y es aún impopular entre los jóvenes. Es por eso que pronto anunciará el listado de su gabinete y, no menos importante, el de su fórmula vicepresidencial. Seguramente hoy el camino a la Casa Blanca está más despejado para los demócratas en comparación al de hace unos meses. El coronavirus ha infectado la campaña de Trump, y para muchos la pandemia se ha convertido en la cura contra su segundo mandato.
Lo que pase en Estados Unidos tendrá un impacto enorme no solo en ese país. En los próximos cuatro años se juega la estabilidad de la economía mundial, el rearme nuclear de países como Irán, las políticas para prevenir el calentamiento global, los conflictos en el Medio Oriente y las tensiones comerciales con Rusia y China. En nuestra región se tendrá que resolver la situación de Venezuela y, frente a Colombia, determinar el regreso o renuncia a una agenda absolutamente narcotizada. Esta será, pues, una de las elecciones presidenciales más importantes de la historia, no solo para EE. UU., sino para el mundo entero.
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