¿A qué juegan las dos grandes potencias?
Acaba la década prodigiosa de crecimiento de la economía norteamericana y en China concluye abruptamente casi medio siglo de acelerado progreso económico
Nuevas pandemias muy mortíferas y sin vacunas conocidas, así como sucesos naturales de efectos catastróficos: desertizaciones, emigraciones masivas y subida de los mares como consecuencia del cambio climático. Retos globales que ya están en el guion de nuestra existencia y la de las generaciones que nos sucedan. Su llegada es cierta, lo que no sabemos es su grado de intensidad ni el cuándo. La defensa exigirá una concertación internacional hoy inexistente. Porque es una responsabilidad universal de toda la humanidad, nos recuerda el Dalai Lama.
¿A qué están jugando EE UU y China? Acaba la década prodigiosa de crecimiento de la economía norteamericana y en China concluye abruptamente casi medio siglo de acelerado progreso económico. China ha evitado lo que temió fuera su Chernóbil, logrando controlar la pandemia a niveles increíbles en relación con sus 1.400 millones de habitantes, probablemente escondiendo basura vírica y muertos debajo de la alfombra. Con una campaña mundial de propaganda, desinformación y una diplomacia agresiva, para hacernos creer que su sistema ha sido superior en la respuesta a la covid-19. Hace un par de años, Xi Jinping, aprovechando la cerril posición negacionista de Trump, convirtió a China- el país más carbonizado del mundo- en campeón de la lucha medioambiental contra el cambio climático. China se presenta como poder blando que debe ser respetado, con el compromiso —asegura su propaganda de Pekín— de construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad. Suena bien y el país más poblado de la tierra volvería a ser el Imperio del Centro que fue con un radio de acción universal.
La pandemia es el Vietnam de Trump, más de 66.000 muertos frente a los 58.200 fallecidos en la última gran guerra de EE UU. Su calamitosa actuación al frente de la lucha contra la pandemia nos induce a pensar que el presidente ha perdido el oremus. Primero la negó y luego, en un acto de estulticia suprema, recomendó inyectar desinfectantes domésticos en los atacados por la covid-19. La luz roja se ha encendido en la Casa Blanca. Las elecciones, el 3 de noviembre, se celebrarán con la economía debajo del agua, anegando la mejor baza electoral de Trump. El presidente, descolocado, la sustituye por el combate contra China por no haber contenido el virus fabricado supuestamente en un laboratorio de Wuhan. Trump quiere hacérselo pagar económicamente, como los aliados con la Alemania nazi. La firmeza frente a Pekín es defendida por la ciudadanía estadounidense. Basta ya de falsas guerras de propaganda, desinformación o mentiras directas. Puede ser la ocasión para que las dos grandes superpotencias den las luces largas para afrontar los retos globales.
El repliegue de EE UU produce un vacío. China, insegura de querer asumir una responsabilidad global, no puede todavía llenarlo, pero está decidida a consolidar su ascenso. Ya nos advirtió Henry Kissinger, el estadounidense que mejor ha entendido a China, de que los dos países tienen una excesiva envergadura para dominar al otro. Tienen que preguntarse: ¿Adónde nos llevaría un conflicto?
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