A veces es difícil no creer en una teoría de la conspiración como la de Jeffrey Epstein. Tenemos a un pederasta millonario, famoso por organizar fiestas de hombres muy poderosos y chicas muy jóvenes, que aparece ahorcado en su celda antes del juicio. El mismo que había sido amigo de famosos, empresarios y hasta de dos presidentes de EEUU. El mismo que años antes ya se había declarado culpable de prostituir a una menor de edad y que, inexplicablemente, había llegado a un acuerdo con la fiscalía para cumplir apenas 13 meses en régimen abierto en lugar de 42 años de prisión.
El último capítulo de esta saga llegó hace menos de una semana. Los titulares decían: “un sicario asesina al hijo de la jueza del Caso Epstein”. Ahora parece claro que no fue ningún sicario y tampoco es exactamente “el Caso Epstein”, pero las redes sociales están muy entretenidas con el asunto. Miles de personas acusan a Trump de orquestarlo todo para no ser descubierto como pederasta y otras tantas afirman que es cosa de los demócratas para proteger a Bill Clinton. La realidad, como casi siempre, es un poco más compleja.
El pasado 15 de julio, un accionista del Deutsche Bank decidió demandar al banco argumentando que la decisión de la entidad de hacer negocios con Epstein en 2013, cuando ya estaba condenado por prostitución de menores, había perjudicado a su inversión. La demanda se presentó en el juzgado que preside Esther Salas en New Jersey solo tres días antes del asalto a su casa.
Cuatro días después, a las cinco de la tarde del pasado domingo, un hombre vestido de repartidor llamó a su puerta. Una vez dentro, disparó matando al único hijo de la jueza e hiriendo a su marido. Ella, que estaba en el sótano, salió ilesa. Miles de personas asumieron de inmediato que era un sicario contratado para intimidarla, pero las primeras investigaciones no van por ahí. La policía cree que el asesino fue Den Hollander, un abogado y activista “antifeminista” de 72 años que había tenido un proceso judicial en el juzgado que preside Salas. Hollander la había descrito como “una jueza latina vaga e incompetente nombrada por Obama” y la había acusado de torpedear sus demandas de “igualdad para los hombres”.
La policía ha encontrado en su poder fotos y datos de al menos otra jueza. Den Hollander le había contado a algunas personas que tenía cáncer terminal y se había lamentado de que “el problema de vivir demasiado tiempo bajo el régimen feminazi es que un hombre tiene tantos enemigos que no puede darle su merecido a todos ellos”. Ahora los investigadores creen que unos días antes, también vestido de repartidor, asesinó al otro lado del país a otro “activista antifeminista” con el que había tenido enfrentamientos. Solo unas horas después del crimen en casa de los Salas, Hollender se quitó la vida. Otra muerte que ya ha sido incorporada a la teoría de la conspiración.
Si miles de personas creen que Epstein no se suicidó en su celda sino que “lo callaron” es también porque su muerte fue perfectamente evitable. Según las reglas de la prisión neoyorquina donde se ahorcó, los guardias deberían haber ido a chequear su estado cada media hora, pero según la fiscalía estaban sesteando y navegando por internet y sólo se dieron cuenta de lo que había pasado al llevarle el desayuno a la mañana siguiente. Tampoco debería haber estado solo en la celda, porque había tenido un intento de suicidio anterior, pero su compañero había sido trasladado dos días antes.
¿He dicho intento de suicidio? A Epstein ya lo habían encontrado anteriormente en el suelo de su celda con marcas en el cuello. La prisión afirma que había intentado quitarse la vida, pero él decía que había sufrido un ataque. Podríamos saber más del incidente consultando las cámaras de seguridad, pero las grabaciones de esa noche se borraron “por error”. Gasolina para la conspiración.
La verdad es que el forense ha declarado que Jeffrey Epstein se suicidó, pero las dudas sobre su muerte entroncan bien con otras sobre su vida: si era un millonario gestor de Wall Street, ¿como es que nadie en la bolsa de Nueva York recuerda haber hecho una operación con él? ¿Puede que, como se ha insinuado, su verdadero negocio fuera atraer a peces gordos a sus fiestas con menores para luego chantajearlos? Eso reforzaría el argumento de que algunos “poderosos” querían quitárselo de enmedio.
Bill Clinton ha reconocido haber viajado varias veces en el jet privado de Epstein y a Trump le hemos visto pasárselo de lo lindo con él en sus fiestas. Ahora ambos se desmarcan del muerto, pero en las redes sociales hay una auténtica guerra entre muchos partidarios de la conspiración que están de acuerdo en que que a Epstein lo mataron para que no hablara, pero que difieren en quién lo organizó todo.
Para algunos republicanos es un argumento perfecto porque hace años que hacen circular teorías de la conspiración sobre grandes redes de prostitución infantil dirigidas por los demócratas. En Epstein han encontrado por fin la pieza que une a los Clinton con esa supuesta maquinaria de explotación. El propio Trump ha ayudado a la difusión de esas teorías, aunque han resultado ser muy peligrosas: poco después de su elección, un hombre armado con una ametralladora se plantó en una pizzería de Washington para “investigar” si de verdad prostituían niños en el sótano, como había leído en internet. Le han condenado a cuatro años.
La izquierda, por su parte, exhibe fotos de Trump con Epstein y también frases del propio presidente que no han envejecido muy bien: “es muy divertido estar con él, incluso se dice que le gustan las mujeres guapas tanto como a mí y muchas de ellas bastante jóvenes”. El hoy presidente presumía entonces de conocerlo “hace 15 años” y ahora dice que “nunca me gustó”. Al menos no le guarda rencor a la ex novia y supuesta “reclutadora” de chicas para Epstein, Ghislaine Maxwell. Ahora que la han detenido, Trump le manda cariño desde la Casa Blanca. “Le deseo lo mejor”.
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