The West Coast Is Burning

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Las imágenes son dantescas: cielos teñidos de rojo, un pueblo tras otro consumido por el fuego, miles de personas dejando atrás y a la carrera lo mucho o poco que tienen mientras a sus espaldas las montañas y los bosques arden. Es el infierno que hoy padecen California, Oregón y Washington, y en general la costa oeste de los Estados Unidos.

Es la historia que se repite cada año. Esta vez es peor porque apenas iniciada la temporada de incendios ya ha superado todas las cifras negativas de años anteriores y avanza con una velocidad vertiginosa. Si el martes de esta semana las hectáreas arrasadas por las conflagraciones superaban las ochocientas mil, batiendo cualquier récord previo, tres días después la cifra subía a un millón doscientas mil hectáreas.

Además, si lo usual era que el estado de California llevara la peor parte, ahora se le suma el de Oregón con su principal ciudad, Portland, en riesgo, cinco poblaciones devoradas por el fuego y medio millón de personas, es decir el 10% de su población, obligadas a evacuar. Las llamas incluso han llegado más arriba, al estado de Washington donde Seattle está bajo una nube de denso humo, al igual que se encuentran Los Ángeles o San Francisco. Y lo peor podría llegar en octubre, el mes que históricamente ha sido el de mayor cantidad de incendios forestales en el país norteamericano.

La impotencia es el denominador común frente a ese fuego devastador, situación nada fácil de comprender en la nación con el mayor desarrollo del mundo, con la tecnología más avanzada y con el mejor sistema de alertas tempranas. Pero nada se puede prever en un planeta que sufre las consecuencias de un cambio climático imparable, que ha hecho más frecuentes y devastadores los fenómenos naturales o las causas que los provocan.

Porque lo de la costa oeste de los Estados Unidos tiene su origen en los largos periodos de sequía que han vuelto más áridos sus suelos, y en unos vientos de otoño que corren a velocidades impredecibles y se hacen más potentes con el paso de los años. Si a ello se le suman la indiferencia y la incredulidad frente a un calentamiento global que es real, más la insensatez que parece primar en la incapacidad de cuidar el entorno natural que rodea a la especie humana, las condiciones están dadas para que se prendan las chispas y sucedan desastres como el que padecen hoy millones de habitantes de California, Oregón o Washington.

Hasta ayer se había confirmado la muerte de 15 personas por causa de los incendios y otras 16 estaban desaparecidas. El número puede aumentar a medida que se logre llegar a las zonas más recónditas devastadas por el fuego, donde han sido insuficientes la capacidad y el esfuerzo de los cuerpos de bomberos y de atención de desastres mejor dotados y preparados del mundo.

Hoy, la costa oeste de los Estados Unidos es la muestra de que la humanidad no puede seguir ignorando lo que es real, un planeta que además de su propia evolución padece los efectos adversos de las acciones de quienes lo habitan.

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