Democracy in Retreat

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Desde 2008, la Organización de las Naciones Unidas estableció el 15 de septiembre para celebrar el Día Internacional de la Democracia. Irónicamente, en los años posteriores la democracia en el mundo ha sufrido algunos retrocesos muy significativos.

Al final de la Guerra Fría, los especialistas daban por hecho que la democracia liberal se impondría como el sistema político dominante, porque se iría extendiendo en olas sucesivas de contagio por todos los continentes. Ejemplo señalado de esta expectativa fue La tercera ola: la democratización a finales del siglo XX, libro publicado en 1993 por Samuel P. Huntington.

No obstante, de unos años para acá, es observable a escala internacional la desafección popular hacia la democracia liberal. Esto ha motivado una serie de estudios sobre las amenazas a la democracia como tendencia internacional. Muestra de ello son títulos como Así termina la democracia, de David Runciman, profesor de la Universidad de Cambridge; Sobre la tiranía, de Timothy Snyder, profesor e investigador de la Universidad de Yale; El pueblo contra la democracia, de Yascha Mounk, profesor de la Universidad Johns Hopkins.

Por su parte, Freedom House, en un informe reciente alertó: “En 2018, Freedom in the World registró el décimo tercer año consecutivo de declinación en la libertad global. Esta reversión se ha expandido a una variedad de países en cada región, desde democracias de larga data como Estados Unidos, hasta regímenes autoritarios consolidados como China y Rusia. Las pérdidas conjuntas no son todavía tan profundas comparadas con las ganancias de finales del siglo XX, pero el patrón es consistente y ominoso. La democracia se bate en retirada”.

Uno de los libros más citados de los últimos años es Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, catedráticos de la Universidad de Harvard. En esta obra, los autores analizan ejemplos históricos de colapso democrático a resultas de grandes eventos como un golpe de estado (Chile) o una guerra civil (España).

Ellos advierten que en la actualidad en algunos países la destrucción de las instituciones democráticas camina gradual, pero tenazmente. Ya no sucede de un día a otro mediante un acto de fuerza y por eso el electorado no suele darse cuenta del peligro. Va cediendo su libertad pasivamente, aceptando la implantación de medidas antidemocráticas que limitan la libertad individual y la división de poderes. Así ocurrió con la institucionalización de sistemas autocráticos en Venezuela, Turquía o Hungría, pero un patrón semejante ya se detecta en democracias consolidadas, destacadamente en Estados Unidos a raíz del triunfo electoral de Donald Trump.

Hay cuatro características distintivas del actuar político de Donald Trump que se inscriben en esta lógica de lo que se ha llamado “desconsolidación democrática.”

Primero, sus constantes descalificaciones a la prensa: desde periódicos como el New York Times hasta el Washington Post o la prestigiadísima revista cultural The Atlantic, a la cual Trump llamó “publicación moribunda”.

Segundo, sus ataques a los integrantes de la oposición, como Nancy Pelosi, la presidenta de la Cámara de Representantes, y en general, a los demócratas y a todos aquellos que piensan diferente. Para Trump, el insulto suple al argumento.

Tercero, Trump ha buscado minar al poder judicial, pilar de la separación de poderes estadunidense, con vituperios y descalificaciones. Llamó al juez de distrito, Jon S. Tigar, “juez al servicio de Obama”; hizo comentarios racistas contra el juez que llevó el caso de fraude en la Universidad Trump al condenar sus raíces mexicanas; también descalificó a James L. Robart, el juez de distrito que suspendió la prohibición de ingreso a Estados Unidos para visitantes de países musulmanes emitida por Trump.

En cuarto lugar, Trump ha buscado el sometimiento ideológico de las burocracias gubernamentales y la destrucción de la independencia de los organismos autónomos. A la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) o al FBI los ha descalificado como parte de un supuesto “Estado profundo”.

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Trump quiere sumisión total de los órganos de gobierno, antes que calidad profesional. Trump no cree en el Estado, sino en sí mismo y sus impulsos.

Hay políticos que accedieron al poder gracias a la democracia y desde el poder la socavan.

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