A Triangle, a Warning Sign

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China aseguró recientemente que la línea media del Estrecho de Taiwán, reconocida oficiosamente por ambas partes desde hace décadas para prevenir conflictos con la isla de Formosa, es una quimera; en paralelo, tras la reciente visita a Taipéi del funcionario de mayor rango del Departamento de Estado de EE UU en cuatro décadas, el Ejército Popular de Liberación publicitaba un vídeo simulando un ataque a lo que parece ser la base aérea Andersen en Guam. Por su parte, la líder taiwanesa Tsai Ing-wen aseguraba desde la base aérea de Magong, en Penghu, que las importantes grietas surgidas en el statu quo consolidado tras el fin de la larga guerra civil china elevan a ámbar el semáforo de la estabilidad en la región. No nos hallamos ante un riesgo inminente de guerra, pero los tres citados son signos de una escalada que en cualquier momento podría desbordarse.

La política del presidente Xi Jinping hacia Taiwán está amenazada de naufragio. Las prisas exteriorizadas por la reunificación provocan desafección entre los taiwaneses, que cada vez se identifican menos como chinos, según avanzan una tras otra las encuestas más recientes. El acoso diplomático, que ha reducido a mínimos históricos los aliados de Taiwán —15—, se ha traducido en un mayor compromiso con la isla de aquellos países que no la reconocen formalmente, pero con la que comparten los valores democráticos. Por otra parte, la relación del PCCh con el nacionalista Kuomintang se halla en la picota. Alguna que otra torpeza continental ha llevado al KMT a boicotear el reciente foro del Estrecho celebrado en Xiamen y por primera vez en 11 años los delegados taiwaneses no fueron agasajados con encuentros al máximo nivel. Cuanto más se multiplican las advertencias y amenazas, más se incentiva el alejamiento y más posibilidades hay de una hipotética invasión de la isla, señaló recientemente el general de división taiwanés Shih Shun-wen.

EE UU, pieza clave de esta ecuación, es consciente de que Taiwán es un asunto que duele en China. Y apura la presión al límite: legislación de abierto apoyo a la isla, aumento de las ventas de armas, estrechamiento de la colaboración en los más diversos campos, etcétera. Hay quien aboga ya en el Capitolio por el regreso de las tropas estadounidenses a Taiwán para conjurar el peligro de un ataque y se apela a un endurecimiento disuasivo ante lo que se reconoce como una “línea roja” de un liderazgo chino que ni en sueños se plantea renunciar a la reunificación. Además, para Washington, la cercanía a Taipéi le aporta un valor añadido de incuestionable alcance en la pugna tecnológica con China a través de los arreglos que proyecta con empresas punteras del sector con matriz en la isla.

Es Taiwán quien se llevaría la peor parte en la tragedia que podría estar gestándose. Desde la asunción en Taipéi del Partido Democrático Progresista, el abierto rechazo a la pretensión continental de avanzar hacia la reunificación ha bloqueado el diálogo. El empeoramiento de las relaciones con China se pretende compensar con la bonanza con EE UU. Por su parte, los nacionalistas no quieren mejorar las relaciones con uno a expensas del otro, pero la disyuntiva les desgarra internamente y facilita la perpetuación del soberanismo en el poder. No es descartable una fractura en sus filas entre los procontinentales y quienes defienden la taiwanización del partido.

Con el aval de EE UU, la presidenta Tsai Ing-wen avanza paso a paso en un proyecto que refuerza la identidad política diferenciada de la isla cuya democracia contrapone a la autocracia continental. Lo acontecido en Hong Kong ha inclinado de su lado a buena parte del segmento vacilante de la opinión pública y le facilita la implementación de una agenda de desinización que soltaría amarras con el otro lado del Estrecho. La narrativa de la vinculación con la Gran Tierra está bajo mínimos.

El interés de EE UU en valerse también de Taiwán para condicionar la emergencia china puede arrastrar a Pekín a un conflicto que destruiría su ya controvertida imagen ante Occidente y que, quizá, a la argentina, podría convertirse en un revulsivo desestabilizador de grandes proporciones. La impaciencia del PCCh por asegurar al precio que sea el logro histórico de la reunificación alentará movimientos cada vez más ofensivos, subiendo el listón de las respuestas a las acciones de Taipéi y su principal aliado de facto. Y Taiwán, con un esfuerzo creciente en defensa, pero confiándolo casi todo al auxilio de Washington en caso de necesidad, podría encontrarse finalmente sola ante el peligro y con escasa capacidad de reacción.

Trabajar con la hipótesis del enfrentamiento sin apenas espacio para el diálogo resulta en extremo arriesgado y puede devenir en una catástrofe que quizá hoy muchos aún atisben como lejana e improbable. Muy al contrario, la incertidumbre que connota nuestro presente bien podría desembocar en giros inesperados y violentos. A fin de cuentas, un hábil y certero golpe de mano en esta cuestión podría determinar el signo final de la actual pugna hegemónica global. O acabar en un absoluto desastre. La prevención es la mejor política.

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