Si Biden pierde en buena lid las elecciones de mañana, como puede ocurrir a pesar de la amplia ventaja que le dan las encuestas, no pasaría de otra frustración para los votantes estadounidenses y una pesadilla para la comunidad internacional.
En otros procesos los favoritos han sucumbido, como aconteció en 2016 cuando la demócrata Hillary Clinton superó a su rival, el actual presidente Donald Trump, en voto popular con unos tres millones de sufragios, pero perdió en los colegios.
El fenómeno no parece que se repetirá pues tradicionales bastiones republicanos están francamente desencantados con la respuesta de la actual administración a pandemias como la del coronavirus.
Trump tiene todas las de perder. Sin embargo su fracaso exacerba muchas interrogantes. En primer lugar se ha negado a reconocer una derrota. Y como abono a anticipadas impugnaciones ha desconfiado del voto por correo e incluso cuestionado uno de los organismos de más prestigios de la nación, además de denunciar, aunque sin ningún sustento, la supuesta injerencia de Rusia, China e Irán a favor del demócrata.
La reacción puede verse como el mero pataleo con que los vencidos tratan de lavar las heridas, pero en el caso del gobernante estadounidense la resistencia tiene otras implicaciones. ¿Qué pasaría si la diferencia es ajustada, como puede darse, y el proceso tiene que dirimirse en los tribunales?.
En tales casos hay que tomar en cuenta la composición del Tribunal Supremo, con 6 jueces de orientación republicana y tres demócratas. Nada garantiza que frente a una posibilidad probable lo jurídico primará sobre lo político, por más que se asuma que la fortaleza e independencia de las instituciones han sido la base de la grandeza de Estados Unidos. Bajo la actual gestión se han visto casos en que los intereses han primado sobre las leyes.
El panorama no se presenta tan despejado si Trump, quien se ha encomendado a la Providencia por la carencia de argumentos, pierde las votaciones de este martes. Hasta hoy sus posibilidades son mínimas, pero su reacción es lo inquietante. Más aún porque en el proceso gravita otra incógnita, igualmente perturbadora, y es la reacción del electorado ante un eventual desconocimiento de su voto.
Los disturbios por crímenes raciales, en las que además de afroamericanos participaron blancos, hispanos y asiáticos, anticipan que los estadounidenses, que en este proceso han votado en masa no se quedarán tranquilos si un fallo de los tribunales no se corresponde con su voluntad expresada en las urnas.
Para evitar un baño de sangre o una crisis institucional los tribunales, en caso de ser apoderados de impugnaciones, tendrán que sustentar con argumentos irrefutables una sentencia que pueda perjudicar al demócrata Joe Biden.
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