The Big Day

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… lo que marcará estas elecciones y por lo que serán estudiadas en un futuro, será la corrosión que puede llegar a causar el odio hacia un candidato. El maniqueísmo, el conmigo o contra mí, le ha negado el espacio al debate y al entendimiento.

Hoy está en juego la presidencia de la que es la potencia más importante del último siglo. Los votos de los ciudadanos estadounidenses serán los encargados de elegir entre dos de los

candidatos más estrambóticos de las historia de América. Esta elección será el precedente del futuro de la política. A partir de ahora veremos un cambio gradual hacia una diplomacia digital. Las votaciones ya no se ganarán con discursos, mítines y actos; ahora los tuits, las fotos en Instagram y el Internet, serán las herramientas de los aspirantes a sentarse en la silla de la Casa Blanca.

A unos de los dos pretendientes del Despacho Oval lo conocemos. Los medios de comunicación se han dado a la tarea de informar de toda la vida pública y privada del candidato republicano, Donald J. Trump. Nos han empalagado de datos, anécdotas y declaraciones desde su postulación en 2016. Hemos sido obligados a escuchar toda la historia del que ahora busca su reelección. No hemos parado de oír acerca de lo malas que son sus políticas y del horror en el que se convertirá Estados Unidos si Donald Trump mantiene el poder 4 años más. Pero estamos famélicos de información del otro aspirante de la jefatura. Se nos cuenta su historia por partes y empezando desde hace 12 años.

Joseph Robinette Biden ha sido político casi toda su vida. Ha sido senador, consejero, candidato a presidente y vicepresidente. Ha sido el encargado de llevar adelante proyectos como la Ley de Control de Delitos Violentos y de Aplicación de la Ley, ley responsable de acrecentar la desigualdad racial en las prisiones americanas, ley que en un debate reciente catalogó como “un error”. También se le conoce por ser el segundo al mando del Deporter in Chief, como los inmigrantes llamaban al expresidente Barack Obama.

Lo que sucede aquí, lo que marcará estas elecciones y por lo que serán estudiadas en un futuro, será la corrosión que puede llegar a causar el odio hacia un candidato. Somos testigos de la gran brecha que se está creando entre ambos partidos. Esto ya no es una escala de grises. El maniqueísmo, el conmigo o contra mí, ha inundado la opinión de todo un país y le ha negado el espacio al debate y al entendimiento.

Donald Trump lleva al mando del país más importante del mundo cuatro años. Cuatro años llenos de dudas, declaraciones explosivas, rechazo a la prensa y escándalos. Pero no se puede negar que su mandato también ha estado lleno de puntos positivos; como la disminución del desempleo, el crecimiento de la economía americana, la reducción de la deuda externa, la pacificación de los conflictos internacionales, el regreso de tropas del extranjero y su acertada política de diplomacia y negociación que lo ha convertido en el primer presidente, desde Jimmy Carter, en no empezar una operación militar en sus cuatro años de mandato.

Ahora la pregunta que surge es, ¿qué se prefiere?¿cambiamos algo que funciona por otra cosa?¿podrá Estados Unidos mantener el buen ritmo que lleva con una nueva gestión? Pero lo que realmente importa es el beneficio que sacará el pueblo americano de esto. ¿Es mejor para la familia común un nuevo régimen o continuar con la administración actual? Para responder esto hace falta tiempo. Tiempo que ya no queda. Es una decisión que afectará a todos, no solo de los 328 millones de habitantes en Estados Unidos. Porque la sentencia de los votos es más grande que el mismo país: afectará a todo el mundo. Y todas las respuestas a estas preguntas se podrían condensar en dos frases que responderían ambas caras de la moneda, “Más vale malo conocido que bueno por conocer” o “‘El progreso es imposible sin cambio”.

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