La mítica canción de Ray Charles se titula Georgia on my mind , Georgia en mi mente, pero las sensaciones que transmite de ese estado tan simbólico del sur del país pertenecen más al mundo de los sentimientos que al de la razón. Como es bien sabido, en los estados norteamericanos rara vez la ciudad más importante del estado es la capital, pero Atlanta, que ha doblado su población en los últimos 30 años y ahora sobrepasa los seis millones de habitantes, sí es la capital de Georgia y, en la práctica, de todo el sur del país.
Un hito histórico recordado con orgullo por el norte y con resentimiento por el sur fue la famosa marcha de tierra quemada del general unionista William Tecumseh Sherman desde Atlanta hasta el océano en 1864, lo que propició la reelección de Abraham Lincoln ese mismo año y el final de la guerra civil al año siguiente. En ese marco está ambientada, de alguna forma, Lo que el viento se llevó , la adaptación cinematográfica de la novela de Margaret Mitchell, película estrenada en diciembre de 1939, cómo no, en Atlanta.
Otras ciudades del sur, como Richmond (Virginia), Nueva Or¬leans (Luisiana) o Charleston (Carolina del Sur), podían haber aspirado a convertirse en la capital de esa zona geográfica del país, pero los dirigentes municipales y empresariales de Atlanta supieron descubrir antes que nadie que la rígida segregación racial no era solo una inmoralidad, sino también un freno a los negocios. Sede de la compañía Coca-Cola y de la CNN –aunque este medio de comunicación se ha descentralizado bastante de un tiempo a esta parte–, Atlanta alberga el aeropuerto de mayor tráfico del mundo, con más de 100 millones de pasajeros anuales antes de la pandemia.
Ya en plena efervescencia de la revolución de los derechos civiles y del creciente acceso a estos de la minoría afroamericana –que representa más del 30% de la población de Georgia–, Atlanta se presentaba a sí misma como la ciudad demasiado ocupada como para perder el tiempo odiando ( too busy to hate ), una isla de tolerancia en medio de un océano de intransigencia. Quizás no en la misma medida de los Juegos Olímpicos de Barcelona, de los que Atlanta tomó el relevo en 1996, la cita olímpica contribuyó no obstante a situar a la capital sureña en el mapa del mundo.
El tema racial ha inspirado de manera destacada el comportamiento político de Georgia de los últimos 70 años. Cuando el Partido Demócrata de alguna forma condenaba la segregación racial en el sur, el estado era un feudo de ese partido, pero cuando se aprobaron las aludidas reformas legislativas relativas a los derechos civiles, fundamentalmente bajo la presidencia de Lyndon Johnson, Georgia y todo el sur viraron hacia el Partido Republicano. Esa tendencia se interrumpió en 1976, cuando un hijo del estado, el gobernador Jimmy Carter, demócrata, recibió el sólido apoyo de sus paisanos cuando consiguió la presidencia. Incluso le siguieron apoyando cuatro años después, cuando la perdió de manera estrepitosa ante Ronald Reagan, pero acto seguido volvieron al redil republicano.
Georgia ha sido noticia en estas últimas elecciones porque se ha inclinado por los pelos, poco más de 12.000 votos de diferencia, el 0,26% de los emitidos en el estado del melocotón (Peach State), por el candidato demócrata, el exvicepresidente Joe Biden. Cuando la diferencia es tan pequeña, en cualquier detalle puede estar la explicación de por qué Georgia, que no votaba al candidato demócrata desde 1992, ha roto esta vez la tendencia. Y la explicación reside probablemente en los mal llamados suburbios de Atlanta, en Europa los llamaríamos zonas residenciales, donde Donald Trump ha perdido una parte, a la postre decisiva, de los apoyos que cosechó hace cuatro años. Puede ser un dato aislado, pero pasó también hace tiempo en las urbes de Virginia y puede estar sucediendo también en Carolina del Norte, lo que podría suponer un resquebrajamiento de la hegemonía republicana en el sur del país.
John Lewis, el mítico líder de los derechos civiles, discípulo del doctor Martin Luther King, también orador en la famosa manifestación de agosto de 1963 (la del discurso del I have a dream ), falleció el pasado mes de julio a los 80 años tras 34 en la Cámara de Representantes representando a un distrito en la ciudad de Atlanta. Superviviente de una fractura de cráneo en la famosa y sangrienta marcha de Selma a Montgomery de 1965, en los últimos años se había convertido en un auténtico látigo de la Administración Trump, a cuya toma de posesión se negó a asistir. Con los re-feridos resultados electorales de Georgia, ahora debe de descansar verdaderamente en paz.
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