Threat to Democracy

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La democracia anda mal herida y, si las sociedades libres no optamos por sanarla y protegerla, acabaremos por matarla. Las cuchilladas vienen de diversas direcciones y en todo tipo de formato como, por ejemplo, en la actitud de un presidente descolocado que no acepta los resultados de una elección en Estados Unidos o en el extremismo de un mandatario que prefiere ver a su población a merced de una pandemia, en lugar de recular en sus posiciones equivocadas, como pasa en Brasil.

Las mayores heridas, sin embargo, vienen de la mentira. En nuestras democracias la mentira se ha convertido en una moneda muy preciada. Quien sabe mentir bien y sostenidamente ha logrado aumentar su valor en el mercado, lo cual es toda una desgracia. Los gobiernos, empresas y hasta sectores sociales han encontrado que sacrificar la verdad es estratégicamente más útil y menos complejo que la transparencia.

Otra responsable del mal estado de nuestras democracias es la corrupción. El descaro de querer apoderarse de lo que no le pertenece y de asaltar las arcas públicas ha llegado a un nivel que le eriza la piel a cualquiera. Los escándalos vienen de todas partes. Aquí en República Dominicana el más reciente embrollo vincula a los hermanos del pasado presidente Danilo Medina, pero casos como este nos llegan desde todas partes, incluido el vecino Puerto Rico, o naciones de la región, como Guatemala.

A estas dos enfermedades se suma la impunidad. Las democracias modernas ven cómo los poderosos se salen con la suya y nunca son procesados por mentir o ser corruptos. Se ríen en la cara de la Justicia y siguen mintiendo y robando a mansalva, sin que nadie pueda detenerlos en su frenesí.

La democracia agoniza y nos toca a nosotros salvarla. El remedio causará dolor, pero ya empieza a reflejarse en sociedades como la chilena o la guatemalteca, y amenaza con extenderse por el continente. Ojalá por estos lares nos demos cuenta a tiempo y que la sangre nunca llegue al río.

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