Vuelven a salir en estos tiempos, las clasificaciones sobre los mejores presidentes de los Estados Unidos. Es significativo que todos los mandatarios considerados como los mejores, han manejado episodios fundamentales de la política internacional norteamericana.
Fuera de Abraham Lincoln y de George Washington que figuran en todas las clasificaciones, aparecen frecuentemente entre los mejores presidentes, Theodore Roosevelt, adalid de la política del “Gran Garrote” de la que fuimos víctimas varios países, incluyendo a Colombia, nada menos que con la separación de Panamá.
Woodrow Wilson que llevó a los Estados Unidos a participar en la Primera Guerra Mundial y que luego en 1918 propuso el tratado de paz de Versalles entre Alemania y las potencias vencedoras, al que sin embargo su país no adhirió.
Franklin D. Roosevelt y Harry S. Truman, que afrontaron la Segunda Guerra Mundial. El primero, con la participación de los Estados Unidos en la guerra después del ataque a Pearl Harbor y el segundo con el lanzamiento de la bomba atómica y la rendición del Japón. Roosevelt adoptó igualmente la política del “Buen Vecino” que marcó las relaciones con América Latina a partir de 1933.
Dwight D. Eisenhower, comandante de las fuerzas norteamericanas durante la Segunda Guerra, como presidente fue actor en la Guerra Fría, negoció con la Unión Soviética el acuerdo sobre armas nucleares y concertó la paz entre las dos Coreas después de varios años de guerra.
John F. Kennedy superó exitosamente la crisis de los cohetes en Cuba, en un complejo trance que nos colocó al borde de una nueva guerra mundial.
Ronald Reagan, que después de la derrota norteamericana en Vietnam, del episodio de la toma de los rehenes norteamericanos en Teherán y de su frustrado rescate durante el gobierno de Carter, generó entre los desmoralizados norteamericanos un nuevo aliento. Sirvió además de puntal en el estrepitoso colapso de la Unión Soviética y de la Cortina de Hierro.
Se ha incluido igualmente en las listas a Barack Obama, que decidió la normalización de las relaciones con Cuba y el retiro de las tropas de los Estados Unidos de Irak.
Trump podría haber sido incorporado. Sin embargo, las cosas no le salieron como esperaba. La decisión del retiro de las fuerzas norteamericanas dispersas por el mundo, anunciada en una ceremonia de graduación en la Academia Militar de West Point, llegó tarde y generó más bien críticas que apoyo generalizado.
El sonado caso de una nueva era en las relaciones con Corea del Norte paulatinamente se fue diluyendo. La gestión para el restablecimiento de las relaciones de algunos estados árabes con Israel, no le reportaron una proyección similar a la de los acuerdos de Camp David. Maduro entre tanto sigue campante en Venezuela, con elecciones amañadas el próximo domingo y una oposición debilitada y dividida.
En nuestro medio, la política exterior es marginal y episódica. Hace algún tiempo un candidato presidencial en su campaña, respecto a la Cancillería usó el estribillo de “menos ocio y más negocio” y años después, otro manifestó que “había que acabar con la Cancillería”.
Para no hablar de los personajes que han preferido eludir la responsabilidad de disipar falsas y generalizadas creencias en política exterior. Ha prevalecido el afán de preservar a toda costa la favorabilidad en las encuestas, aun tergiversando los hechos.
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