Difícil hablar sobre la maternidad por fuera de la propia experiencia, pues las circunstancias, vicisitudes y encrucijadas de cada mujer son diferentes. Lo que sí podemos es describir elementos externos que pueden permitir o castrar esa posibilidad.
La relación entre la mujer y su rol de madre cambió radicalmente con el acceso de las mujeres al mundo académico y profesional. Si bien este viraje social liberó a la generación de nuestras madres y las realizó como seres capaces de alcanzar los más altos cargos empresariales y rangos académicos, en simultánea, mantuvo la carga de la maternidad.
Las generaciones posteriores –de los 80 en adelante– crecieron con madres que dormían cuatro horas diarias y después de extenuantes jornadas laborales llegaban a casa a encargarse de su otro trabajo: ser mamás. Esto no solo ha ocurrido en Colombia sino en países desarrollados que siguen sordos ante la realidad de las mujeres, como Estados Unidos. Es descorazonador que esta potencia mundial de un miserable par de semanas de licencia de maternidad cobre decenas de miles de dólares por un parto, imponga costos astronómicos al cuidado de los niños y ofrezca cero facilidades para las mujeres que quieren ser madres.
El efecto de esta anulación de la libertad que conlleva la maternidad ha ocasionado la cautela de una generación que debe renunciar a los hijos para no perder la cordura, pues ser madre implica ser niñera de tiempo completo, profesora suplente, entrenadora, enfermera y un etcétera demasiado largo que no deja espacio para el ascenso profesional de la mujer.
Países como Suecia cuentan con guarderías gratuitas y un año de licencia de maternidad/paternidad, entre otras facilidades. Pero países centrados en la hiper-productividad como Estados Unidos no se dignan a liberar a las mujeres de esta triple jornada laboral que conlleva criar un hijo lejos de la familia, con la imposibilidad financiera de costear un niñero o niñera.
Algunas empresas privadas como Google han dado pasos muy concretos para apoyar a sus empleadas mujeres, como pagarles tratamientos de congelamiento de óvulos, por ejemplo. De esta manera, pueden enfocarse en su trabajo sin sacrificar su maternidad en un futuro no muy lejano. Pero estos son pequeños oasis en un inmenso desierto donde reina la desidia frente a esta carga que la sociedad sigue endilgándole a la mujer. En esta pandemia que lleva activa desde febrero han sido las mujeres –no sus parejas– quienes han sacrificado todo para dar prioridad a sus hijos. Cuando lo poco que se ofrecía –escuelas públicas gratuitas– se borró del panorama, fue aún más claro que el Estado no ayuda en nada a las madres profesionales de este país.
Ojalá que se abra cuanto antes una conversación muy necesaria en un país que se precia de respetar y promover los derechos humanos, especialmente ahora que toma las riendas la dupla Biden-Harris.
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