Imagen y mentira en la política
¿No habrá sido el arte de vender ilusiones aplicado a lo que debe dar certezas lo que robó el alma a la política?
“El que inventó el espejo, envenenó el alma”, escribió Fernando Pessoa, el poeta portugués. La televisión, primero, ahora, las redes sociales han llevado al paroxismo, esa obsesión por la imagen, el aparecer que intoxicó nuestra interioridad. La política fue la más seducida por la ilusión del espejo y las técnicas del mercadeo de la publicidad: Los candidatos se ofrecen como mercancías electorales, los problemas se simplifican con los lemas de la propaganda oficial y los dirigentes preguntan a las encuestas sobre las necesidades y los humores de las sociedades a las que pretenden representar.
Imagen, mentira y política, la santísima trinidad, tres objetos diferentes y un solo dios verdadero, ganar la próxima elección. ¿No habrá sido ese arte de vender ilusiones aplicado a lo que debe dar certezas el que le robó el alma a la política? Esa relación entre la imagen y la mentira fue uno de los temas del ensayo de Hannah Arendt que leímos en estos días, al conocer la carta que le escribió el presidente electo, Joe Biden cuando era un joven senador, interesado por el texto de la filósofa. Corría 1975, la prestigiosa pensadora había dado una conferencia en el Bicentennial Forum de Boston a raíz del bicentenario de la independencia de Estados Unidos que encontró al país bajo una profunda crisis económica, desorden social y la humillación de una guerra perdida. Arendt veía la guerra de Vietnam como una gran operación de imagen para que el mundo viera a Estados Unidos como la más poderosa de las superpotencias. A la hora de la derrota, el Gobierno “esforzó” sus notables recursos intelectuales para presentar como una “paz con honor” lo que en realidad había sido una humillación. Esas operaciones de “marketing político” que hicieron escuela en Estados Unidos, se expandieron por todo el mundo y convirtieron a la mentira política una forma de vida. Favorecidas por la capacidad humana al autoengaño y la “aversión a la realidad”, las sofisticadas técnicas de la publicidad “persuaden” con imágenes y “manipulan la opinión pública”. En apariencia inofensivas si son contrastadas con la “gran mentira” de la Alemania nazi, la Unión soviética y los totalitarismos que “cavaron agujeros gigantes en los que enterrar hechos y acontecimientos no deseados” por la ideología y el terror.
Siempre se mintió en política, asevera Arendt, pero la alarmaba el crecimiento canceroso de la maquinaria de publicidad que invade todas las áreas de la vida política y económica, convierte la mentira y la evasión de la realidad una forma de vida con imágenes que ponía en riesgo el poderoso experimento de la libertad, tal como prueba Trump.
En los tiempos del virus coronado en el que los hechos se eluden detrás de los números y las teorías buscan analogías en la Historia para amenazarnos, vale recordar las observaciones de Arendt sobre la adicción a las imágenes y su desconfianza con los intelectuales afectos a las ficciones simplistas y exculpatorias cuando la Historia y el mundo están llenos de acontecimientos extraordinarios y eventos increíbles que nos increpan para explicaciones menos perezosas y plausibles. Ojalá Biden recuerde el ensayo de Arendt y siga su consejo: “Cuando los hechos lleguen a casa, tratemos al menos de darles la bienvenida, sin escapar a algunas utopías: imágenes, teorías o meras locuras”. Agradecida al país que le dio la nacionalidad y terminó con su vida de apátrida, Arendt elogiaba la grandeza de Estados Unidos que siempre da cuenta de lo mejor y lo peor del hombre por el bien de la libertad.
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