¿En qué se parecen trumpismo, maoísmo y peronismo?
A corto plazo, lo más importante es el rol que jugará Trump como jefe de la oposición
Los más entusiastas seguidores de Mao Tse Tung, Juan Domingo Perón, Charles De Gaulle, Fidel Castro y Hugo Chávez dieron lugar a movimientos políticos más perdurables que los líderes que los inspiraron.
Donald Trump será el primer presidente de Estados Unidos que gozará de un masivo movimiento político a su nombre. El trumpismo, caracterizado por su pugnaz retórica en contra de las elites y los inmigrantes, su nacionalismo nostálgico, su deriva autocrática y su narcisista manipulación mediática, tiene mucho en común con otros movimientos políticos que han enarbolado el nombre de su líder. El trumpismo tendrá, por tanto, larga vida y trascenderá al propio Trump.
Algunos de estos movimientos como el maoísmo, por ejemplo, tuvieron influencia internacional mientras que otros, como el castrismo cubano, fueron predominantemente regionales, y aun otros, como el gaullismo francés y el peronismo argentino, fueron puramente nacionales.
Estos movimientos tienen mucho en común: la rutinaria transgresión de normas políticas establecidas, el oportunismo desbocado, la propensión autoritaria, el anti-intelectualismo y la hostilidad hacia reglas e instituciones que limitan la concentración del poder en el Ejecutivo, son solo algunos de sus rasgos comunes. También lo es la feroz enemistad contra rivales que no son vistos como compatriotas con ideas diferentes, sino como enemigos mortales.
Las ideologías de estos movimientos han probado ser peculiarmente maleables: el maoísmo fue usado para legitimar el totalitarismo comunista de sus orígenes y, décadas después, para apoyar la apertura económica que gestó el actual modelo capitalista chino. En Francia, el gaullismo, que nunca alcanzó los extremos de otros movimientos, sirvió para justificar el espinoso nacionalismo del general De Gaulle y luego el centrismo democrático de Jacques Chirac. El peronismo argentino se hizo famoso por su plasticidad: originalmente justificó el fascismo light de Juan Domingo Perón y, décadas después, las reformas neoliberales de Carlos Menem para luego servir de base al populismo izquierdista de Néstor y Cristina Kirchner. En Venezuela el chavismo convirtió al país latinoamericano más rico en uno de los más pobres pero, aun así, los sondeos de opinión revelan que la mitad de la población apoya a Hugo Chávez, quien murió en 2013.
El trumpismo va encaminado a formar parte de esta lista, independientemente de los problemas legales y políticos que afecten a su líder en los próximos años. Con o sin Trump el trumpismo va a seguir existiendo. Tendrá más o menos éxito político, pero sus estrategias, tácticas y trucos para obtener y retener el poder perdurarán. A través de sus actuaciones e indudables éxitos políticos, el 45° presidente de EE UU le reveló al mundo y, sobre todo a los políticos más ambiciosos e irresponsables de su país, que es posible llegar al poder haciendo y diciendo cosas que antes ningún político se atrevía a hacer o a expresar. Calificar a los inmigrantes mexicanos como violadores, o meter a niños inmigrantes en jaulas, insultar a sus rivales o a otros jefes de Estado, mentir rutinaria y abiertamente y, sobre todo, hacer lo necesario para ampliar las divisiones sociales existentes o crear nuevas fuentes de polarización, son acciones que no tuvieron costo político alguno para Donald Trump. Al contrario, le permitieron llegar a la Casa Blanca y luego ser el candidato presidencial más votado en la historia de EE UU, después de Joe Biden.
Todo político sin mayores ataduras a ideologías y valores y, cuya ambición es solo superada por su oportunismo, está tomando nota. En los próximos años aparecerán numerosos imitadores de Trump, tanto en Estados Unidos como en otras partes. Jair Bolsonaro, el presidente de Brasil, y a quien sus seguidores llaman “el Trump tropical” es uno de sus primeros y más exitosos imitadores. Y en EE UU habrá una multitud de candidatos que se declararán trumpistas y copiarán el estilo del expresidente, pero tendrán cuidado de evitar las catastróficas políticas que él adoptó.
A corto plazo, lo más importante es el rol que jugará Donald Trump como jefe de la oposición al Gobierno de Joe Biden. Una vez fuera de la Casa Blanca, el expresidente deberá defenderse de la avalancha de demandas judiciales de todo tipo que le está esperando. Tendrá que dedicar mucho tiempo a sus abogados y a los jueces y fiscales que lo enjuiciaran.
Simultáneamente, estará recaudando fondos, consolidando la maquinaria del trumpismo y creando una plataforma mediática parecida a Fox News. Esto, al mismo tiempo que estará dando la batalla por el control del Partido Republicano. El choque entre sus aliados y adversarios en el partido, puede llevar a la división de esa organización política fundada en 1854. O, simplemente, a la renuncia de quienes no aceptan que Trump sea el dueño del partido y, de nuevo, el candidato republicano a la presidencia en 2024.
La incertidumbre política continuará reinando en Estados Unidos. Lo que no es incierto es que el expresidente Trump ahora cuenta con un masivo movimiento político que le servirá de base para seguir luchando por recuperar el poder. Como sea.
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