Biden and Latin America: A Relationship To Be Unraveled

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Biden y América Latina: una relación por descifrar

La elección aparatosa y disputada de Joe Biden tendrá efectos en América Latina, no solo por los factores históricos y culturales que unen a ambas regiones, sino porque durante los cuatro años de Donald Trump el discurso contra la migración, la estigmatización de grupos y el nacionalismo comprobaron que definitivamente los latinoamericanos no se pueden dar el lujo de asumir que da igual quién esté en la Casa Blanca, sino que efectivamente los cambios de una administración a otra son perceptibles y sustanciales.

Ahora bien, es difícil que se produzcan cambios inmediatos, pero es muy posible que en temas puntuales el cambio de tono termine gestando transformaciones de relevancia. Washington tiene un interés selectivo en América Latina, por eso Colombia y Cuba serán temas de la agenda que seguramente Biden deberá priorizar y desmarcarse de su antecesor que incurrió en errores costosos no solo para la credibilidad de Estados Unidos, sino para los dos países latinoamericanos que habían avanzado, pero experimentaron serios retrocesos en buena medida por las posiciones asumidas por Trump.

Biden tiene el complejo reto de levantar como lo hizo Barack Obama buena parte de las sanciones contra La Habana, apelando a órdenes ejecutivas y sin pasar por el Congreso, lo que implica que el embargo seguirá existiendo hasta tanto haya un consenso bipartidista para su eliminación. Es poco probable que en semejante ambiente de polarización el Partido Republicano acceda. Ahora bien, la flexibilización de sanciones implica, de todos modos, no una concesión que legitime el sistema político cubano, sino la aceptación de que no se pueden mantener medidas unilaterales contrarias al derecho internacional que empobrecen a los cubanos, mientras cada día el régimen confirma su vocación comunista o de democracia popular.

El otro tema donde seguramente se pueden experimentar cambios, aunque menos notables, es hacia Colombia, aliada que le representa retos de enorme envergadura en dos sentidos respecto al narcotráfico, en especial luego del informe de la Comisión de Drogas del Congreso que halló serios reparos en la erradicación forzosa y porque desmonta o pone en tela de juicio la idea de que el Plan Colombia era sinónimo de éxito e, incluso, de ejemplo para terceros. Donald Trump, además, se alejó del compromiso que había asumido su antecesor por el proceso de paz apoyado sin restricciones, con el nombramiento de Bernard Aronson, prueba de que el respaldo fue más allá de la retórica, concretándose en la idea del Plan Paz Colombia. Con el republicano fue evidente el retorno al discurso que presupone la sumisión de Bogotá a los lineamientos y exigencias en materia de drogas impuestos por Washington. El gran reto consistirá en legitimar desde afuera el proceso de paz colombiano, idea que parece absurda, pero la polarización colombiana hace urgente ese apoyo exterior.

Finalmente, es natural que se tengan expectativas respecto a Venezuela, tema de mayor complejidad para Estados Unidos a diferencia de Cuba, donde al menos existen consensos entre algunos sectores sobre el anacronismo del bloqueo, los disensos, la urgencia y la falta de capacidad. El gobierno de Nicolás Maduro parece avanzar cada vez más convencido en el proceso de una nueva Constitución que podría cerrar todas las puertas de una posible transición política y económica, mientras las sanciones siguen debilitando a los más vulnerables. Difícilmente Biden se puede permitir una postura que sea asumida como débil frente a Maduro, sin embargo, insistir en el esquema unilateral puede ser muy costoso para América Latina y Estados Unidos, incapaces en el último tiempo de sentar las bases regionales para un proceso de diálogo en una colapsada Venezuela.

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