En minoría, concluíamos tras las presidenciales de EE UU que, pese a su legión de seguidores, Donald Trump había sufrido más que una derrota, un desplome. Y que el trumpismo amenazaba ruina y no estaba escrita su sostenibilidad (El desplome, EL PAÍS 21/11/2020).
Tras el golpe de Estado al Capitolio otros se van convenciendo, empujados por el abandono exponencial de sus apoyos. Y es que América se incomoda ante el delincuente (Donald lo es, en presunto y por partida múltiple); ignora al arruinado (como el imperio de la Trump Organization); y maltrata, sociedad ahormada por el triunfo, al derrotado (el saliente es un perdedor de bochornosa vulgaridad).
Sin ánimo exhaustivo, dimiten al apestado ministros y altos cargos: Alex Azar (Salud) Betsy DeVos (Enseñanza), Blaine Chao (Transportes), Mick Mulvaney (jefe de gabinete), Stephanie Grisham (ídem de Melania), Mathew Pottinger (vice de Seguridad Nacional) o Sarah Mathews (segunda de Prensa).
Diez congresistas de su partido avalan su destitución (impeachment), algo tan insólito como la no reelección de un presidente en ejercicio. La congresista Liz Cheney —hija del exvicepresidente ultra Dick Cheney— le culpa de la “mayor traición por parte de un presidente”. Y la Junta de Jefes de Estado Mayor desautoriza el golpe en un manifiesto que proclama su lealtad a la Constitución y su desprecio al asalto al Capitolio por “contrario al Estado de derecho” y porque exhibe “la violencia, la sedición o la insurrección”, delitos penados con hasta 10 años de cárcel.
Boicotean activamente a su persona, su emporio y su partido, sus tradicionales apoyos financieros, el Signature Bank, la Deutsche Bank y la JP Morgan. Congelan sus contratos ayuntamientos como el de Nueva York. Y boicotean su protagonismo deportivo la asociación profesional del golf y ¡los campos escoceses!
Bloquean sus cuentas las plataformas sociales que le reían las gracias, Twiter, Facebook. Y le humillan los medios afines, empezando por la cadena Fox de televisión.
Ratas y tortugas abandonan. Esto solo empieza. Las jeremiadas sobre la pervivencia del trumpismo son eso, parloteos de quienes olvidan que antes que él estuvo el Tea Party, o el Ku Klux Klan. Los regímenes individuales tienen esa virtud. No perduran. No hay nazismo sin Hitler, ni pétainismo sin Pétain ni franquismo sin Franco. Sus residuos sociológicos, de intereses y lealtades no configuran proyecto si carecen de líder.
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