En los casos más recientes dos asaltantes en Brooklyn, Nueva York, golpearon a una anciana de 89 años en la cara y le prendieron fuego a su ropa. En San Francisco un hombre de 84 una mañana salió a caminar y nunca regresó. Lo mataron a golpes. En Mountain View dos amigos comían tranquilamente en un restaurante al aire libre y una mujer pasó y los escupió. El supuesto delito y lo único que todos ellos tienen en común es que son estadounidenses de origen asiáticos y sus agresores dieron por hecho que eran chinos.
Durante el último año, desde que la pandemia fue declarada y el entonces presidente Donald Trump empezó a llamar al coronavirus, el “virus chino”, “plaga china” o “Kung Flu”, los ataques violentos en las calles hacia las personas que se piensa son chinos se han incrementado en un 150 por ciento. Injustamente se les han tomado como chivos expiatorios por gente ordinaria sumamente frustrada y enojada por el impacto económico y social que ha dejado a su paso la Covid-19.
Trump culpó siempre y constantemente a China por la propagación del virus, en consecuencia desde marzo pasado aquellos de aspecto asiático han sido discriminados y mal vistos. Nadie acude a sus negocios, sus niños son blanco de burlas y los incidentes violentos en su contra reportados a la policía, han rebasado los tres mil casos en los últimos diez meses.
Mientras los crímenes de odio -definidos por el FBI como ataques y ofensas motivados por la raza, la religión o la orientación sexual- disminuyeron en el último año un siete por ciento hacia los negros, los latinos y los homosexuales, los asiáticos tuvieron en 2020 el peor año en agresiones en lo que va del siglo.
Los ataques los han sufrido sobre todo personas mayores de 60 años, en su mayoría mujeres con poco dominio del inglés. Y se han dado sobre todo en Nueva York, la ciudad con mayor número de asiáticos en el país, pero también con frecuencia han ocurrido en otros sitios como Filadelfia, Cleveland, Los Ángeles, San José y San Francisco, donde un hombre de 91 años fue tirado al suelo por otro transeúnte, que le gritó “regrésate a China”. El anciano resultó japonés pero aquí les parecen iguales y a todos en burla les llaman CoronaWuhan.
A través de la historia de este país se ha culpado a otras minorías étnicas de las enfermedad contagiosas, como fue el caso en 2009 de la Gripe Porcina cuando se asociaba a los mexicoamericanos con ella; en 2003 el SARS o Síndrome Respiratorio Agudo fueron los chinoamericanos, mientras que al HIV se le ha relacionado con los haitianos y con los homosexuales.
Mucho antes la gente creía que la Peste Negra o Bubónica venía de los judíos; que la tifoidea era esparcida por los irlandeses, mientras que la pandemia de la influenza en 1918 se le achacaba a los alemanes. Pero en Estados Unidos los asiamericanos, una comunidad que no es monolítica sino compuesta por personas cuyas familias vinieron de China, Japón, Filipinas, Corea y otros lugares son quienes a lo largo de la historia, se les ha culpado de propagar enfermedades.
La historia del racismo hacia los chinos es larga, de hecho en 1882 se prohibió completamente la entrada de inmigrantes de ese país a los Estados Unidos. La primera ley que excluyó del país a toda una nación. Se les culpaba de robarle los empleos a los hombres blancos, se decía que eran sucios y que portaban enfermedades.
Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno encarceló a cerca de 120 mil ciudadanos estadounidenses de origen japonés, solo por su raza, destruyendo comunidades enteras en los estados de California, Washington y Oregon, donde se obligó a los japoneses propietarios de negocios a cerrar sus puertas, a los residentes a regalar sus casas, mientras ellos fueron trasladados a centros de detención en áreas rurales de Colorado y Wyoming.
Trump, no cabe duda, con su retórica incendiaria y xenófoba, inflamó las pasiones ligando injustamente al coronavirus con los asiáticos. En otras palabras les dio permiso para actuar en su contra.
Va a llevar tiempo y educación mitigar el daño que les hizo. El presidente Joe Biden ha condenado el racismo hacia ellos y ha reconocido que están siendo obligados a vivir con temor por sus vidas al simplemente caminar por las calles de Estados Unidos. Desafortunadamente no son los únicos.
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