It’s necessary to process applications more quickly, but the government must also strengthen assistance to the region of origin.
Joe Biden's administration is currently facing a problem that was bound to come across the desk sooner or later, and which, if not handled effectively, could significantly complicate Biden’s time in the White House. A new wave of immigrant arrivals at the southern doorstep of the United States, many of them families with children or unaccompanied minors, has once again cruelly exposed the contradictions of the immigration system. The humanitarian situation at the border with Mexico is dramatic, and the political repercussions are potentially explosive.
At the border, “encounters" (a confusing administrative term that includes any law enforcement interaction with migrants) dropped from more than 130,000 in February 2019 to fewer than 17,000 in April 2020, when the Donald Trump administration took advantage of the pandemic to automatically close the border, freeze the processing of asylum claims and turn back any migrants attempting to enter the United States. Since then, the numbers have steadily increased until this February, when the cases of interactions exceeded 100,000 again. The White House claims it is expecting the largest wave of migrants in two decades. Within the infinite casuistry of the phenomenon, there are identifiable factors driving this surge: the absolute destruction of the fragile economies of Guatemala, Honduras and El Salvador as a result of the pandemic and recent hurricanes; and a false sense that it is easier to enter and stay in the country because Biden has begun to open the processing of asylum requests from people who arrived months or years ago and were blocked in Mexico.
If there is a lesson to be learned from the Trump years, it is that no amount of cruelty will dissuade migrants from attempting to make the border crossing. Immigration is, therefore, not a problem to be solved; it is a phenomenon to be managed. Biden and the Democrats must do so according to the principles which got them elected. In the short term, the Biden administration will have to manage the border in a more humane way than Trump did, which is not difficult, and do so without shirking America’s obligations under international law. The decision not to deport unaccompanied children to Mexico and the unblocking of asylum claims are just the beginning. At the same time, Biden must push ahead with his ambitious immigration reform before the 2022 midterm elections end all rational debate and expose Biden to losing his majority in Congress. Furthermore, he must implement a strategic shift whereby the U.S. engages in the region without meddling, but with vigorous policies to support economic development and crime reduction. If there are any voices in Washington willing to speak honestly and openly about the problem, now is the time to do so.
Es preciso agilizar la tramitación de solicitudes pero también reforzar la ayuda a la región de origen
El Gobierno de Joe Biden se encuentra estos días con un problema que tarde o temprano iba a aparecer en su mesa y que, si no se gestiona con eficacia, puede complicar significativamente su mandato en la Casa Blanca. Una nueva oleada de llegadas de inmigrantes a la puerta sur de Estados Unidos, muchos de ellos familias con niños o niños solos, ha vuelto a exponer cruelmente en todas sus contradicciones el sistema de inmigración. La situación humana en la frontera con México es dramática. Y las repercusiones políticas, potencialmente explosivas.
Los “encuentros” (una confusa jerga administrativa que incluye cualquier interacción de las fuerzas de seguridad con migrantes) en la frontera pasaron de más de 130.000 en febrero de 2019 a menos de 17.000 en abril de 2020, cuando la Administración de Trump aprovechó la pandemia para cerrar de facto la frontera, congelar la tramitación de peticiones de asilo y devolver en caliente a cualquier inmigrante que intentara entrar. Desde entonces, las cifras han ido aumentando progresivamente hasta que el pasado febrero se volvieron a superar las 100.000 interacciones. La Casa Blanca afirma que espera la mayor oleada de migrantes desde hace dos décadas. Entre la casuística infinita del fenómeno, hay factores identificables que impulsan esta oleada: la destrucción absoluta de las frágiles economías de Guatemala, Honduras y El Salvador por la pandemia y por recientes huracanes, y la falsa sensación de que es más fácil entrar y permanecer en el país, solo porque Biden ha comenzado a desatascar la gestión de peticiones de asilo de personas que llegaron hace meses o años y estaban bloqueadas en México.
Si alguna lección se puede sacar de los años de Trump es que no existe un nivel de crueldad a partir del cual los inmigrantes deciden no intentarlo. La inmigración, por tanto, no es un problema que se soluciona; es un fenómeno que se gestiona. Biden y los demócratas deben hacerlo de acuerdo a los principios que les valieron la victoria en las elecciones. A corto plazo, la Administración de Biden tendrá que gestionar la frontera de una forma más humana que Trump, lo cual no es difícil, y sin eludir ninguna de las obligaciones del derecho internacional. La decisión de no expulsar a niños solos a México y el desatasco de las peticiones de asilo son solo el comienzo. Al mismo tiempo, debe impulsar su ambicioso plan de reforma migratoria antes de que la cercanía de las elecciones de 2022 colapse el debate racional y exponga a Biden a perder las mayorías en el Congreso. Y poner en marcha un giro estratégico por el que EE UU se implique en la región sin intromisiones, pero con vigorosas políticas de apoyo al desarrollo económico y a la reducción del crimen. Si hay voces en Washington dispuestas a hablar con honestidad y altura de miras sobre el problema, este es su momento.
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These costly U.S. attacks failed to achieve their goals, but were conducted in order to inflict a blow against Yemen, for daring to challenge the Israelis.