Acuerdo nuclear de EE.UU con Irán: ¿salida del dilema del prisionero?
Fue Estados Unidos, con Trump, quien rompió el pacto. Teherán, reforzado por nuevos vínculos con otras potencias, venderá caro su retorno. Ayer comenzaron las conversaciones indirectas entre ambos países.
El regreso de los Estados Unidos a la negociación nuclear con Irán es una noticia esperanzadora. Sin embargo, el camino no será fácil. ¿En qué consiste la negociación? Se trata de que Irán acepte dos cosas: por un lado, limitar sus capacidades y disponibilidades de material fisionable (uranio 235). Por el otro, aceptar ser vigilado: cumplir con sus compromisos de permitir que los inspectores del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) hagan su trabajo.
Sobre este punto, cabe aclarar: la vigilancia que en este tema el OIEA ejerce sobre los países, conocida como “salvaguardias”, es ni más ni menos que una cesión de soberanía que los estados hacen en favor del organismo, firmando acuerdos que los obligan a abrir sus puertas a los inspectores del organismo bajo ciertas condiciones. No es un tema menor y de hecho se trata de la mayor cesión de soberanía vinculante que los estados hayan firmado frente a un organismo de Naciones Unidas.
La soberanía es, justamente, la principal moneda de negociación o de disputa entre estados o entre estos y actores supra o multinacionales. Y, en ese sentido, es destacable el trabajo realizado por el Director General del OIEA, el argentino Rafael Grossi, quien logró el 21 de febrero un acuerdo temporario por 3 meses en los cuales Irán acepta seguir recibiendo a los inspectores. Grossi abrió la ventana por la que ahora podrá reingresar la negociación.
Los estados negocian soberanía y en este caso concreto se le exige a Irán que ceda soberanía nuclear a cambio de beneficios comerciales futuros, o de ser liberado de perjuicios presentes (el embargo).
Hasta hace 50 años, la negociación internacional era entendida básicamente como un regateo: ‘te ofrezco poco, me lo rechazás, te ofrezco un poquito más, me volvés a decir que no y así”. No es imposible llegar a un acuerdo de esta forma (así se compra un auto usado) pero suele ser desgastante e ineficiente. Y muy perjudicial si se trata de negociaciones que deben repetirse en el tiempo. La literatura sobre el tema la llama “negociación distributiva”: hay una torta y llevarse más de la torta implica sacarle al otro en un juego de suma cero. Los jugadores en un escenario así se enfrentan al denominado “dilema del prisionero”: desconfían del otro, tienden a mentirle y a que el otro sepa poco de lo que tienen.
En un juego repetido como la negociación internacional, esta forma de resolver conflictos es ineficiente y ha generado resultados subóptimos en el pasado. El -inesperado- éxito logrado por el Departamento de Estado de Estados Unidos en las negociaciones que terminaron en los acuerdos de Camp David entre Egipto e Israel en 1978 cambió radicalmente el paradigma, mutando la lógica, abriendo el juego y generando los incentivos para que todos supieran lo que el otro quiere. Para ello, sabemos hoy, se requieren dos cosas: mediadores que acerquen a los actores en conflicto (ese es precisamente el trabajo de los diplomáticos) y un sistema que genere los incentivos a cooperar en vez de “regatear”. Pasar del dilema del prisionero al juego de la seguridad.
En el caso iraní, este sistema se construyó con mucho esfuerzo e inteligencia. A instancias del gobierno del ex presidente Obama, el grupo de 5 miembros del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania (P5+1) logró llevar a Irán al Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés), que se formalizó en julio de 2015. Ese plan fue el sistema de reglas que permitió pasar del regateo a la confianza. No implicó que se junten 6 buenos amigos a charlar: se trata de negociar soberanía nuclear con Irán. Pero se abrió un camino con incentivos para todos.
Ese entorno fue el que la administración Trump pateó, cual vaquero que llega a pelear al salón, al retirarse de manera unilateral e intempestiva del JCPOA en 2018. La idea que motivó esa acción fue la de endurecer las sanciones y forzar a Irán a un acuerdo más veloz y más exigente. Es más que claro que no funcionó. A modo de ejemplo: Irán poseía en 2016 alrededor de 100 kilos de U235, mientras se estima que hoy tiene 2500.
Irán es un jugador duro, maximizador de amenazas. Es una teocracia que puede estirar los costos internos mucho más lejos que un país democrático con una opinión pública exigente y medios independientes. Resistió las presiones de Estados Unidos y usó la ruptura para desafiar en pequeñas cuotas a la comunidad internacional con incumplimientos no muy graves individualmente, pero que han hecho del JCPOA poco más que papel pintado.
La administración Trump, con una ingenuidad sorprendente, llevó a Irán a un juego que sabe jugar. Y todo indica que ahora, habiendo sido Estados Unidos el que rompió el acuerdo e Irán acumulado capital para negociar, cobrará caro su retorno a la mesa de negociación. Más si se tiene en cuenta que en estos 6 años intensificó sus relaciones con dos de los P5, y muy especialmente con China.
Bienvenida la movida de la administración Biden, pero no nos engañemos, esto recién comienza.
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