Joe Biden’s Ambitious Activism

<--

Al acercarse el simbólico hito de los cien primeros días, la Administración Biden presenta un historial de activismo gubernamental sin precedentes desde la época del new deal del presidente Franklin D. Roosevelt en los años treinta del pasado siglo o, en fechas más cercanas, desde la ingente producción legislativa promovida por el presidente Lyndon Johnson entre su acceso al cargo en noviembre de 1963 hasta las elecciones legislativas de 1966. En la primera época citada se pusieron las bases del Estado de bienestar estadounidense, mientras que la segunda se caracterizó primordialmente por los avances de los derechos civiles de la minoría afroamericana.

Mediante proyectos de ley, órdenes ejecutivas u otro tipo de iniciativas, raro es el aspecto de la acción política que el nuevo Ejecutivo no ha abordado o prometido abordar desde el pasado 20 de enero, desde masivos programas de gasto público social y de inversiones en infraestructuras hasta la reforma de la fiscalidad, pasando por combatir el cambio climático –lo más reciente–, la regulación de las armas de fuego o la búsqueda de un nuevo clima en las relaciones raciales. Solo ha quedado al margen, al menos de momento, el intento de reformar en profundidad la política inmigratoria, ante el evidente peligro de suscitar un gigantesco efecto llamada, del que ya hay indicios, en la frontera con México. Comparada con la hiperactividad de la política doméstica, la política internacional ha ocupado un discreto segundo plano, aunque no hayan faltado muestras de evidente hostilidad a la Rusia de Vladímir Putin ni serias advertencias a la China de Xi Jinping.

Raro es el aspecto de la acción política que no ha abordado o prometido abordar desde el 20 de enero

Particularmente ambiciosas han sido las iniciativas en el terreno del gasto social y de las infraestructuras. Los 1,9 billones de dólares aprobados por el Congreso el pasado 11 de marzo, sin un solo voto a favor del partido de la oposición, junto a las masivas inyecciones de fondos públicos ya aprobadas en el 2020, amenazan con situar el déficit en un 15% del producto interior bruto (PIB), un nivel que no tiene precedentes en Estados Unidos en tiempos de paz.

Las inversiones en infraestructuras, por un importe similar, pretenden, entre otros aspectos, reparar 20.000 millas de la red viaria, sustituir tuberías de plomo de cientos de miles de escuelas, instalar medio millón de puntos de recarga para vehículos eléctricos o desarrollar nuevas tecnologías que reduzcan la aún importante dependencia de los hidrocarburos. La financiación de este esfuerzo, sin embargo, es más ortodoxa fiscalmente, con un alza en el impuesto de sociedades que en cualquier caso no recuperaría el nivel anterior al recorte en este tipo efectuado por la administración Trump en el 2017. Particularmente novedosos, casi revolucionarios, son los planes de Biden para negociar en el seno de la OCDE un acuerdo multilateral que incluya un tipo mínimo de carácter global sobre los beneficios de las grandes corporaciones.

En un hombre que durante amplias fases de la campaña electoral y a lo largo de la transición desde las elecciones a la toma de posesión parecía responder a la malévola definición que Winston Churchill hizo de su sucesor al término de la Segunda Guerra Mundial, Clement Attlee –una oveja con piel de cordero–, tal activismo podría parecer extraño, pero responde seguramente a su amplí­sima y dilatada trayectoria en Washington. En efecto, a diferencia de Bill Clinton y de Barack Obama, que se rehicieron de sus derrotas en las primeras elecciones legislativas que afrontaron con sendas reelecciones en los comicios presidenciales, Joe Biden es consciente de que su edad difícilmente le permitirá esa oportunidad. En otras palabras, como pierda el control del Congreso en las elecciones legislativas del año que viene, está muerto políticamente. De ahí que pretenda convertirlas en un plebiscito nacional, poniendo desde el primer momento todos los temas sobre la mesa y enfrentando sin complejos su visión progresista del país con el nativismo populista del trumpismo. Rien ne va plus …

About this publication