Joe the Revolutionary

<--

Joe, el revolucionario

Biden sacó pecho al hacer balance de sus 100 primeros días al frente de la Casa Blanca

La pregunta flota en el aire. ¿Será capaz uno de los más estereotípicos presidentes, en uno de los más inusuales momentos de la historia, de virar el rumbo y sanar las profundas heridas abiertas en el país?

Oyendo el primer discurso de Joe Biden ante una reunión conjunta de Senado y Congreso es posible pensar que sí. Una reunión atípica, por cierto: tendría que haberse celebrado antes y con una sala abarrotada; en su lugar, escaños vacíos, congresistas con mascarillas y la potente imagen de dos mujeres presidiendo la sesión, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y la del Senado, Kamala Harris.

Oyendo a Biden hacer balance de sus primeros 100 días al frente de la Casa Blanca se siente cuánto ha cambiado la política de Estados Unidos. Empezando por el tono, tan importante cuando todavía están frescas en la memoria las imágenes del asalto a ese mismo estrado desde donde daba su discurso.

El presidente sacó pecho por las más de 200 millones de dosis de vacunas puestas en estos tres meses; por los más de 1.300.000 puestos de trabajo creados, “más empleos en los primeros 100 días que ningún otro presidente”; y por haber entregado cheques a decenas de millones de familias para capear la crisis causada por el coronavirus. La expectativa de crecer este año por encima del 6%, avalada por el Fondo Monetario Internacional, indica que la recuperación económica va por el buen camino. “América se mueve de nuevo”, afirmó.

Biden aprovechó también para recordar los dos grandes paquetes que ya ha propuesto, el plan de rescate –aprobado- y el enorme plan de infraestructuras –que todavía debe pasar por el Congreso- y la segunda parte de este, el plan para las familias, que presentó allí mismo. Una inversión prevista de unos seis billones de dólares; una cantidad que deja pálido al plan de recuperación europeo y que pretende devolver al Estado un papel que no tenía desde los tiempos de Ronald Reagan.

En su discurso no se olvidó de nadie: mujeres, negros, China, los inmigrantes, Irán, el cambio climático, las armas… Hizo varias llamadas a los republicanos para unir fuerzas, aunque alertó de que iría adelante con o sin ellos. De sus palabras y sus acciones se desprenden tres preocupaciones esenciales: la gente, el gobierno y el tiempo.

La gente corriente, la clase media que construyó el país. Aquellos que aún deben hacer cola para conseguir comida, que han tenido que cerrar sus negocios o han perdido sus trabajos por la crisis, que no pueden o tienen dificultades para pagar la sanidad y los medicamentos… Para todos ellos, además de la creación de empleo y las ayudas directas, su nuevo plan propone reforzar la educación, ayudas para los cuidados de niños y mayores y la cobertura de las bajas por enfermedad. También reforzar el papel de los sindicatos y el acceso a la sanidad, uno de los eternos caballos de batalla de los demócratas.

Todo esto debe hacerse dándole al Gobierno el papel que le corresponde. La transformación de las infraestructuras, físicas, digitales, humanas, científicas y tecnológicas solo puede ser impulsada desde el Estado. ¿Y cómo pretende financiarlo? Aumentando los impuestos a ricos y corporaciones, muchos de los cuales se han escabullido en los últimos años de sus obligaciones fiscales. Para sus críticos, su definición de “rico” –que ganen más de 400.000 dólares al año- es más que laxa y no dará para generar los ingresos suficientes para cubrir los paquetes propuestos. A un europeo sus planteamientos le pueden sonar más que familiares. A muchos estadounidenses les suena radical.

El presidente se enfrenta ahora a una carrera contra el tiempo. Pese a que muchas de sus propuestas tienen un alcance de largo plazo, sabe que tiene apenas dos años para que empiecen a dar fruto y para convencer a la sociedad y a un Congreso con mayoría frágil de que ese es el camino que apuntalará el futuro. La prosperidad compartida es un primer paso para restañar las heridas. El riesgo de que en las elecciones de medio mandato de 2022 los republicanos cojan fuerza y acaben torpedeando el resto de su presidencia es alto.

Biden está poniendo en marcha a buen ritmo su programa electoral y su grado de aprobación es del 59%, según Pew Research Center. Es pronto aún para saber si será un revolucionario capaz de transformar y reunir su país o se quedará en un montón de buenas palabras. De momento, apunta buenas maneras.

About this publication