Kamala Harris and the Challenge of Listening to and Working with Central America, which the US Has Ignored

<--

Kamala Harris y el desafío de escuchar y trabajar con la Centroamérica ignorada (IV)

Históricamente la política exterior de EE. UU. hacia América Latina no ha sido democrática.

Parte del reto de trabajar con la región centroamericana implica reconocer el fracaso del discurso democratizador porque hasta el presente no se ha logrado materializar. La transición democrática de la década de 1980 y las firmas de la paz en El Salvador en 1992 y Guatemala en 1996 quedaron en papel. El fracaso, en parte fue, porque quienes lideraron la transición fueron los mismos que cometieron los crímenes contra la humanidad, incluyendo genocidio contra pueblos mayas. Un solo ejemplo es el caso del general Efraín Ríos Montt, quien mantuvo importantes cuotas de poder nacional, desde 1982 hasta el 2011.

Entonces, no se puede construir democracia cuando los perpetradores siguen manejando el Estado, mientras asesinan a quienes luchan por un Estado de derecho. En este contexto para los Estados fue fácil lavarse las manos y dejar la responsabilidad del cumplimiento de los Acuerdos de Paz en la sociedad civil y la comunidad internacional.

Por eso, la etapa que continuó le abrió las puertas a procesos neoliberales extractivos, donde por un lado se incrementó la extracción de recursos a costa de la vida de los pueblos, y por el otro, los poderes tradicionales, como las fuerzas de seguridad y las elites se dedicaron a construir un sistema de justicia basado en la impunidad.

En la mayoría de los países centroamericanos el discurso democratizador que se legitima a través de las urnas ha creado mafias criminales o grupos clandestinos y no partidos políticos, a los que no se les puede disputar el poder. Un problema, entonces, es que la comunidad internacional legitima a esos partidos políticos al legitimar los procesos eleccionarios en donde los votos han sido negociados y comprados literalmente, al explotar la pobreza que las mismas mafias han creado. Por eso, ha sido fácil para el crimen organizado cooptar los estados.

Frente a esto, si la política exterior estadounidense desea cambios reales, bajo el argumento de la diplomacia, no debe negociar con los mismos actores que son parte del crimen organizado, que están gobernando y que son los responsables de la corrupción, cooptación y desigualdad.

Además, mientras EE. UU. asuma que las elites tradicionales son su mejor aliado y que el financiamiento a las fuerzas de seguridad son algunas de las soluciones, poco o nada cambiará respecto a la migración que buscan detener.

Históricamente la política exterior de EE. UU. hacia América Latina no ha sido democrática, quizá es momento de repensar otra forma de impulsar sus políticas, en donde asuman a los países y a los pueblos que viven dentro como iguales, donde, además, las demandas de los sectores que han sido excluidos sean válidas y donde la negociación de políticas sobre comercio, migración o combate al crimen no sigan discutiéndose en burbujas elitistas.

About this publication