Rusia y los Estados Unidos: ¿atisbos de un deshielo?
Bajo la presidencia de Biden, Washington identificó como amenazas estratégicas prioritarias a China y a Rusia. La reunión del Secretario de Estado Blinken con el Ministro de Relaciones Exteriores de China Wang en Alaska en febrero de este año se caracterizó por la rispidez de los intercambios entre ambos.
En marzo, Biden y Putin intercambiaron agravios mutuos a distancia y sanciones de diverso tipo. Putin llamó a un encuentro personal con Biden que fue ignorado. De hecho, si la confrontación de Washington con Beijing pasaba por una mala hora, las relaciones entre Moscú y Washington parecían pasar por uno de sus peores momentos desde el fin de la Guerra Fría.
La agudización de esta situación contribuía a acercar aún más a Rusia con China en el marco de la convergencia estratégica existente y de una creciente cooperación entre Moscú y Beijing, cuyo más reciente episodio incluyó un acuerdo con la compañía rusa Rosatom para la construcción conjunta de centrales nucleares en China.
Todo parecía a apuntar a un recrudecimiento de las tensiones entre los Estados Unidos, por un lado, y China y Rusia, por otro, empujadas por Washington a profundizar una alianza que bordea lo militar. Un aparente retorno a la Guerra Fría, con nuevas características y nuevos actores, parecía imponerse.
Pero el 19 de mayo, Blinken y el Ministro de Relaciones Exteriores de Rusia Lavrov se encontraron al margen de la reunión del Consejo del Ártico, en un intercambio orientado a establecer una “relación más estable y predecible”.
A partir de las diferencias marcadas por cada país, la reunión – más distendida – apuntó a discutir una amplia gama de temas, apuntando fundamentalmente a la cooperación mutua en la búsqueda de una estabilidad estratégica y a la renovada posibilidad de una próxima reunión entre los dos presidentes.
Ambas partes reconocieron que, pese a las divergencias, las conversaciones fueron constructivas, pero el tono más amable que caracterizó el encuentro fue reforzado por una importante señal desde Washington: la administración estadounidense anunció el 21 de mayo que no sancionará a la principal empresa que participa en la construcción del gasoducto Nordstream 2 entre Alemania y Rusia, un punto particularmente sensible.
Rusia ya había apuntado que la abolición de las sanciones en relación al gasoducto ayudaría a la normalización de las relaciones entre Moscú y Washington.
Más allá de que el valor estratégico de éste – según algunos analistas – se ha reducido significativamente, el giro de Washington – aunque no implique el levantamiento de todas las sanciones – puede incidir sobre varias situaciones.
En primer lugar, asoma una señal en el sentido de dejar de presionar conjunta y simultáneamente a Rusia y a China, permitiendo eventualmente descomprimir las tensiones en uno de los dos frentes estratégicos prioritarios de Washington.
En segundo lugar, desplaza a un plano secundario la prioridad de Ucrania como eje de tensión en el espacio occidental de Rusia. De hecho, el presidente ucraniano Zelenskyi – luego de la escalada de la presencia militar rusa en la frontera con este país en abril – volvió a anunciar el 19 de mayo su disposición de dialogar con Putin, preocupado por la posibilidad de que los EEUU logren un acuerdo con Rusia, particularmente en torno al gasoducto.
En tercer lugar, anticipa la necesidad de colaboración y diálogo entre los dos países en el Consejo del Ártico, cuya presidencia asumió Rusia por dos años durante la reunión.
El Ártico se ha convertido, con sus ingentes recursos naturales y con la posibilidad de habilitar durante todo el año – debido al calentamiento global – la ruta marítima del Norte como una alternativa más corta y más segura al canal de Suez, en la gran apuesta de Rusia en términos geoestratégicos y económicos.
Finalmente, los síntomas de un potencial deshielo entre Rusia y los EEUU y de su colaboración eventual en el Consejo del Ártico envían también una señal a China que, sin ser miembro pleno del Consejo Ártico, aspira a impulsar una Ruta Polar de la Seda y a involucrarse en la formulación de normas internacionales aplicables a la región, iniciativa que genera reticencias y suspicacias entre los miembros del Consejo, incluida Rusia.
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