US Legislation Will Silence Analysis of Race and Equality

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En EE. UU. se legisla para acallar los análisis sobre raza y equidad

Un mismo hilo histórico: esclavitud-masacre de Tulsa-George Floyd y se pretende ocultar los hechos para maquillar cicatrices y, sobre todo, heridas aún abiertas y sangrantes en la polarizada sociedad estadounidense

¿Es la estadounidense una sociedad racista? Sí. Absoluta y categóricamente. Sobran hechos que ejemplifican la afirmación. Un repaso a algunos de los incidentes de los tiempos más inmediatos lo reafirma.

Sin embargo, no solo los hechos de violencia, de brutalidad policial especialmente hacia negros y latinos, ni el auge de grupos y organizaciones de extrema derecha, xenófobas y fascistoides, muestran esa huella visible. Tampoco las desigualdades económicas y educacionales que merman las oportunidades de desarrollo.

En los primeros días de mayo, el gobernador del estado de Idaho, el republicano Bradley Jay Little, firmó un proyecto de ley cuyo propósito supuestamente no es polémico: prohibir a las escuelas y colegios públicos enseñar que «cualquier sexo, raza, etnia, religión, color u origen nacional es inherentemente superior o inferior».

Pudiera parecer positivo; sin embargo, esto soslaya, es más, erradica, las conversaciones sobre raza y equidad, como si no tuvieran trascendencia alguna en una sociedad donde siguen siendo uno de los mayores y más divisivos problemas, sustentados en un devenir histórico que tuvo como raíces el casi aniquilamiento y la expoliación de los pueblos originarios y la esclavitud de hombres y mujeres traídos a la fuerza desde la lejana África.

Idaho no es único en la tendencia, pues una docena de estados, entre ellos Iowa, Luisiana, Missouri, New Hampshire, Oklahoma, Rhode Island y Virginia Occidental, también han presentado proyectos de ley que prohibirían a las escuelas enseñar conceptos «divisivos», «racistas» o «sexistas».

Según un trabajo publicado por USA Today, esas legislaciones atacan «la teoría crítica de la raza», un movimiento de académicos y activistas de derechos civiles, que cuestiona y examina críticamente cómo el legado de la esclavitud (en agosto de 1619 llegó a las costas del actual territorio estadounidense la primera carga de africanos esclavos) y del racismo sistémico todavía afecta a la sociedad estadounidense hoy en día y son experiencia cotidiana para las personas afrodescendientes.

Por tanto, ese patrón legislativo —sobre todo en estados sureños y con predominio republicano— se considera una reacción contra la enseñanza de lecciones antirracistas en las escuelas, un valladar al aprendizaje de historias verdaderas y ocultadas para entronizar el predominio socio-económico de élites blancas, que también encubren el aprovechamiento clasista, sea cual sea el color de la piel de los explotados.

Dos hechos clave

Estos días finales de mayo marcan dos fechas a la distancia de un siglo, el primer aniversario del asesinato de George Floyd en Minneapolis, cuando la implacable rodilla del policía Dereck Chauvin oprimió su cuello durante más de ocho minutos y le impidió respirar, un crimen que estremeció a Estados Unidos y lo sigue removiendo, e indignó al mundo; y el centenario de una matanza de la cual muy pocos en la nación norteña conocen: la masacre de Tulsa.

En Tulsa, Oklahoma, fueron asesinados decenas de ciudadanos negros —algunas estimaciones llegan a más de 300 víctimas de la barbarie racista de turbas blancas, a las que se unieron la policía y la Guardia Nacional—, entre la noche del 31 de mayo y el 1ro. de junio de 1921, en la zona de Greenwood, que se conocía como el Wall Street Negro, por la prosperidad económica y el desarrollo intelectual alcanzado por sus pobladores, la cual quedó reducida a ruinas y cenizas en los incendios.

El ministro bautista y activista de los derechos civiles Jesse Jackson, escribió en el Chicago Sun-Times: « Pocos saben siquiera de la masacre. Ni siquiera se ha enseñado en las escuelas públicas de Tulsa hasta este año. Aunque tiene cien años, la masacre plantea cuestiones

de justicia y de decencia que Estados Unidos no puede evitar».

Sin embargo, una parte importante en tamaño y poder de Estados Unidos lo evita y hace todo lo posible por soslayarlo.

Los detractores de la teoría crítica de la raza, los elementos conservadores que niegan la existencia del racismo sistémico en Estados Unidos, enarbolan su erradicación y no solo tratan de «desacreditarla» llamándola «marxista», sobre todo le imputan ser un plan para «enseñar a los niños a odiar a su país», por tanto, son una amenaza para la sociedad estadounidense y la nación.

La administración Trump se opuso a la enseñanza de esa historia en las escuelas públicas, asegurando que era «propaganda divisiva y antiestadounidense». Trump dijo: «Los estudiantes de nuestras universidades están inundados de teoría crítica de la raza. Esta es una doctrina marxista que sostiene que Estados Unidos es una nación malvada y racista, que incluso los niños pequeños son cómplices de la opresión y que toda nuestra sociedad debe transformarse radicalmente».

Otra realidad

Un reciente estudio de Reflective Democracy, un grupo que trabaja para construir en Estados Unidos una democracia que trabaje para todos «porque refleje quiénes somos y cómo vivimos en el siglo 21», encontró que los hombres blancos ocupan el 62 por ciento de todos los cargos electos a pesar de ser solo el 30 por ciento de la población del país, ejerciendo un gobierno minoritario sobre 42 legislaturas estatales, la Cámara de Representantes, el Senado y las oficinas estatales de costa a costa.

Agregaba el análisis que las mujeres tienen solo el 31 por ciento de los cargos a pesar de que son el 51 por ciento de la población y las «personas de color» tienen solo el 13 por ciento a pesar de constituir el 40 por ciento de la población. Recordaba, además, que 43 estados de la Unión están considerando o ya han aprobado leyes que les permitan aplicar la supresión de votos, lo que apunta precisamente contra esos segmentos vulnerables —negros, latinos, nativos y mujeres.

Algunos analistas recuerdan que esta ola contra la teoría crítica de la raza, solo «cristalizó» con Trump, pero se despertó cuando Barack Obama llegó a la Casa Blanca, lo que «fue impactante y traumático para la gente que siempre imaginó a Estados Unidos como una nación blanca», según apuntó Adrienne Dixson, profesora en la University of Illinois y autora del libro Critical Race Theory in Education (Teoría Crítica de la Raza en Educación).

Tanto por una como por la otra parte, el debate creció desde el pasado año con el activismo extendido por todo el país —que ha abarcado a todos los grupos etarios y tiene diversidad étnica—, el Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan), y con la irrupción en marzo en el escenario social de la organización nacional conservadora Parents Defending Education (Padres Defendiendo la Educación), cuyo propósito es enfrentar a lo que consideran «ideas divisivas y polarizadas en las aulas», léase la teoría crítica de la raza.

En su página web Parents Defending Education da a conocer un estudio en el que aseguran que el 70 por ciento de los encuestados dijo que no es importante que en las escuelas «enseñen a los estudiantes que su raza es lo más importante de ellos»; que el 74 por ciento se oponía a enseñar a los estudiantes que los blancos son inherentemente privilegiados y que los negros y otras personas de color están inherentemente oprimidos; que el 69 por ciento se opuso a la enseñanza en las escuelas de que Estados Unidos fue fundado en el racismo y es estructuralmente racista; y que el 80 por ciento se opone al uso de las aulas para promover el activismo político de los estudiantes.

¿Está polarizada la sociedad estadounidense? Sin dudas, y a mi entender, esto es un elemento de extrema peligrosidad, una caldera en ebullición y sin válvula de seguridad.

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