La eficaz propaganda medioambiental de Biden: cierra al petróleo una parte de Alaska… y abre otra
Su decisión de cancelar los dos permisos aprobados por Trump para explotar petróleo en una reserva ártica en la que la industria se resistía a invertir es una jugada de relaciones públicas ‘de libro’. El nuevo presidente de EEUU alterna la cancelación de proyectos energé-ticos con impacto ambiental con el respaldo a otros
“OTAN, de entrada, no”. ¿Recuerda alguien ese eslogan? Es la frase con la que el PSOE de Felipe González resumió su oposición a la entrada de España en la alianza defensiva de Occidente creada en torno a Estados Unidos. Era un eslogan ambiguo. ¿Qué significaba? ¿De entrar en la OTAN, nada? O ¿en principio, estamos en contra de entrar en la OTAN, pero luego ya se verá? La opinión pública asumió la primera opción. Hasta que el 12 de marzo de 1986, España celebró un referéndum sobre la entrada en la OTAN en el que el Gobierno de Felipe González defendió el ‘sí”.
Casi cuatro décadas más tarde, el Gobierno de Joe Biden parece haber adoptado la estrategia de Felipe González, solo que en materia de política energética y minera. “Carbón y petróleo, de entrada, no”, parece ser el eslogan de la Casa Blanca. El mismo día en que llegó a la Casa Blanca, Biden retiró la autorización para la construcción del tramo XL del oleoducto Keystone, que lleva petróleo desde los yacimientos de arenas bituminosas de Alberta, en Canadá – uno de los tipos de crudo que más CO2 producen debido a lo increíblemente complicado de su extracción – al Golfo de México. Quedaban, así, medio millón de barriles diarios que no tenían salida al Atlántico, tras una batalla política y legal que se había prolongado durante más de una década.
En la misma Orden Ejecutiva, Biden abría las puertas a ampliar cuatro Monumentos Nacionales – una figura que ofrece un nivel de protección similar al de las Reservas Naturales españolas -, entre ellos el de Bear’s Ear, en Utah, que tiene yacimientos de carbón, petróleo, y gas natural. La superficie de esos Monumentos había sido reducida por Donald Trump. Bear’s Ear, que se sitúa en una increíble región de cañones y desiertos que parece el escenario de una película, había sido, más que reducido, ‘jibarizado’, al perder el 85% de su superficie en 2017.
Deb Haaland, una índigena ecologista
Biden también ha nombrado a Deb Haaland secretaria del Interior, cuyo nombre para el lector español es engañoso, ya que en EEUU se denomina así el organismo público que gestiona prácticamente todos los terrenos de titularidad del Estado federal, así como así como gran parte de los recursos naturales. Es un nombramiento significativo por dos razones. La más obvia: es la primera vez en la Historia de Estados Unidos que una persona indígena ocupa un puesto en el gabinete del presidente. Haaland, congresista por Nuevo México, pertenece a la tribu Pueblo, cuyo nombre les fue dado por los colonos españoles de la región. La segunda, porque es una ecologista ‘dura’, que se ha opuesto a las energías fósiles y, también, al uso de terrenos del Estado para las prospecciones y mineras. Finalmente, la semana pasada el Departamento del Interior canceló la autorización a las prospecciones de petróleo y gas en el refugio de la Vida Salvaje de Alaska, una inmensa extensión de nueve millones de hectáreas – tanto como toda Castilla y León – situada en el Norte de Alaska.
Entonces, ¿dónde está la comparación con González y la OTAN?
La respuesta a esa pregunta es un refrán, precisamente, estadounidense: “el diablo está en los detalles”. La suspensión de las prospecciones del Refugio de la Vida Salvaje de Alaska solo afecta a dos permisos, aprobados, literalmente, a escondidas por el Gobierno saliente de Trump, el 6 de enero, y que no fueron hechos públicos hasta el 19, es decir, 24 horas antes del traspaso de poderes. La revisión de Bear’s Ear (literalmente La Oreja del Oso”) aún sigue en curso. Y el Gobierno de Biden siguió en enero y febrero dando permisos a las petroleras para que éstas perforaran en terrenos de titularidad pública en busca de crudo y gas por medio del controvertido método del ‘fracking’, o ‘fracturación hidráulica’.
De hecho, la decisión de cancelar los dos permisos en el refugio de la Vida Salvaje del Ártico parece haber sido una jugada de relaciones públicas ‘de libro’. El anuncio se produjo el mismo día en que Haaland anunciaba que el Gobierno de Biden va a respaldar ante la Justicia a la petrolera ConocoPhilips, que ha sido llevada a los tribunales por varias organizaciones de defensa del medio ambiente por su proyecto de Willow (“Abedul”), con el que planea bombear 100.000 barriles de petróleo diarios. Y ¿dónde está el Proyecto Willow? En Alaska, muy cerca de los lindes del Refugio de la Vida Salvaje.
El caso de Willow no es aislado. Cierto: Biden ‘mató’ el XL, pero apoya la construcción el oleoducto Dakota-Access, una tubería de casi 2.000 kilómetros de longitud que llevará el petróleo pesado obtenido por medio de ‘fracking’ en Dakota del Norte al estado de Illinois, donde se conectará a otras redes que lo llevarán al Atlántico y, de allí, al resto del mundo. lo mismo sucede con la Mina Resolution, un proyecto conjunto de los gigantes anglo-australianos BHP Billiton y Rio Tinto para explotar el mayor yacimiento de cobre de América del Norte en el desierto de Arizona, precisamente en terrenos tradicionales de la tribu Apache, que lo consideran sagrado.
¿Cuál es, entonces, la jugada de Biden? ¿Estar a favor de unas cosas y en contra de otras? Pues sí. El presidente y sus colaboradores saben que estos megaproyectos tienen un enorme impacto en la opinión pública, y que puede jugar con ellos para lograr el apoyo de senadores y congresistas a sus planes de construcción de infraestructuras y expansión del Estado del Bienestar. Eso es crítico en estados como Alaska, Utah, Dakota del Norte, o Arizona, que tienden a alinearse con el Partido Republicano. No se trata de prohibir todos los proyectos. Solo de endurecer las regulaciones en algunos -como el Dakota Access- o de ‘compensar’ las aprobaciones con las cancelaciones.
En el caso del Refugio de la Vida Salvaje de Alaska, Biden ha tenido, además, a la economía a su favor. La economía porque, con el precio actual del barril del petróleo y con las perspectivas de consumo de esa fuente de energía estabilizándose o incluso cayendo, ir a explorar a Alaska es un riesgo financiero considerable. De hecho, el Gobierno de Trump esperaba obtener cientos de millones en pago de derechos por la subasta del 6 de enero. Sólo consiguió 14 millones de dólares (poco más de 11 millones de euros).
Ninguna gran petrolera quiso invertir en un proyecto en, literalmente, el fin del mundo, en un momento en el que Wall Street les presiona para que den beneficios y dividendos, no para que produzcan. Biden ha prohibido perforar en el Refugio de la Vida Salvaje de Alaska, donde nunca antes se había perforado. El mercado, sin embargo, ya había tomado su decisión favorable a que allí no se busque petróleo.
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