What Nerve, Goebbels!

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¡Caray! Joseph Goebbels, debes andar gozoso aun en el mismísimo infierno. ¿Sabes? Tu célebre, cínica y sonora frase de que «Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad» está más vigente que nunca.

Quizá estés molesto, Goebbels, lo presiento. ¿Cómo vas a admitir, así no más, que los poderosos de hoy, bajo la guía del águila imperial, dejaran chiquito ese legado malévolo tuyo para justificar o preparar sus zarpazos sobre la base de la irrealidad?

¡Caray, viejo!, verdad que tú tampoco creaste la mentira; es tan añeja como la misma humanidad, pero llegaste a legalizarla como política cuando eras ministro encargado de la propaganda del devastador gobierno de Adolf Hitler, en la Alemania nazi, y la utilizaste sin un céntimo de moralidad y honestidad para influir en la sociedad alemana, y más allá.

Esa frase, quizá la más repetida de tu arsenal fascista, la cimentaste con aquel razonamiento jactancioso de que el político o la figura pública debía estar preparada para adecuar, deformar e incluso crear conscientemente versiones distorsionadas de los hechos y transmitirlas posteriormente a una audiencia que, si bien podía resistirse a su aceptación, terminaba cediendo con su repetición. ¡Increíblemente en repetidísimas ocasiones ha ocurrido!

Los seguidores de esa receta sobre el arte de la manipulación la han exprimido y exprimen con creces. ¿Cuántas guerras se desencadenaron con base en la falsedad? ¿Cuántos golpes de Estado a gobiernos democráticos? ¿Cuántas medidas coercitivas para asfixiar económicamente a un país…? Una kilométrica lista de esos hechos archiva la historia de la humanidad.

La gran diferencia entre el pretérito y el presente está en que ahora resulta más fácil martillar con la engañifa en función de lograr los fines políticos e ideológicos deseados. En la mano tienen los medios tecnológicos que ayudan sobremanera a intoxicar y expandir el mensaje para satisfacer sus apetencias hegemónicas.

A nivel social, muchísimos apoyan ese cacareo patrañero, unos por convicción, otros inconscientemente, mas los incautos y dudosos, gajos del mismo árbol, caen en el saco víctimas de su flojedad de principios, mientras muchos gobiernos e instituciones se suman por la presión del imperio.

Contra nuestro país han esgrimido y esgrimen un inmenso caudal, incluida la invasión de Playa Girón, bañada por justificaciones falsas para apretar el lazo corredizo sobre nuestro cuello, pero aquí estamos airosos, porque somos el bastión que somos.

Si alguien conoce bien el engendro del escamoteo se llama Donald Trump, el expresidente. La prensa estadounidense lo ha conceptualizado como el más mentiroso, entre ilustres personajes de ese gremio, para rematar que empezó su presidencia mintiendo y la terminó de igual forma.

El cinismo llega a tal extremo que ni se avergüenzan y muchísimo menos ofrecen disculpas cuando se descubre que el objetivo logrado lo cimentaron con una colosal patraña.

Más bien deslizan u orientan a sus acólitos hacerlo con esa frase, irrespetuosa y prepotente, de sabor maquiavélico, de que el fin justifica los medios. ¡Qué descaro, Goebbels! ¡verdad!

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