La hipocresía de Joe Biden
Desde su llegada al poder hace cerca de medio año, el actual Presidente estadounidense no ha cumplido ninguna de las medidas de distensión con Cuba que prometió durante su campaña
El cambio de política hacia Cuba fue una de las promesas de campaña de Biden.
Si Trump pasó como el presidente más mal educado, tonante y excéntrico y busca camorras en la historia de los mandatarios de Estados Unidos, el actual gobernante Joe Biden va acumulando “méritos” suficientes al acercarse su medio año en el poder el próximo 20 de julio, como para ser considerado el prototipo por excelencia del hipócrita, oportunista y carente de voluntad política en los anales de la gran nación del norte.
No son palabras vacías, pues sobran ejemplos y pruebas palpables para demostrarlo. Que conste que hablamos en lo tocante a Cuba, porque en reciente conferencia de prensa el secretario de Estado Anthony Blinken, al ser consultado sobre el tema de las relaciones con la isla, se escudó en una larga explicación sobre los cambios realizados por la actual administración en política exterior, mientras trataba de justificar sin éxito el inmovilismo manifiesto hacia Cuba.
¿Inmovilismo? Quizá no sea esa la palabra acertada, pues Biden no solo no ha eliminado ni una sola de las medidas de asfixia adoptadas por su antecesor, Donald Trump, en su obsesión por doblegar a la perla antillana, sino que ha tomado como suyas por otros seis meses las decisiones trumpianas de mantener a Cuba en el listado de naciones que apoyan el terrorismo o no hacen lo suficiente para combatirlo, y, además, ha secundado e incentivado la acusación a nuestro país por supuesto trato de personas.
Hace algunos meses Biden acusó al gobernante ruso Vladimir Putin de asesino, sin mostrar una sola prueba que certificara tan grave cargo, por lo que incurrió en calumnia y mentira mal intencionada, aparte de un crimen de lesa diplomacia, pues se trata del primer dignatario de una potencia foránea.
Ya eso bastaría para afirmar que el casi octogenario presidente clasifica de mentiroso, más aún en el caso cubano, pues todo el mundo recuerda que el cambio de política hacia Cuba fue una de sus promesas de campaña y que, una vez en la Casa Blanca, pasó a expresar que “Cuba no es una prioridad para su gobierno”.
Hasta de soslayo miente el inestable Joe —no solo por sus caídas en los aviones, sino también por sus cambios oportunistas en la política exterior— ya que, como la vida ha demostrado de manera más que fehaciente, en Estados Unidos el tema Cuba es desde hace muchísimo tiempo un asunto de política interna debido a la influencia de lobbies anticubanos extremistas.
¿Alguna evidencia de lo anterior? Sobran, y es el caso del congresista Robert “Bob” Menéndez, senador por New Jersey y furibundo enemigo de Cuba que en cada período eleccionario para la cámara alta del Congreso es aupado por el voto unido de los ultra reaccionarios anglosajones y cubano-americanos residentes en ese Estado.
Pues bien, Menéndez, quien ha enfrentado más de un proceso que lo vincula a delitos y actuaciones fraudulentas, es ahora el responsable de la Comisión de Relaciones Exteriores del Partido Demócrata, y se ha expresado de manera reiterada que este señor ha tenido un desempeño influyente en la política de Biden hacia Cuba, y se comporta tal como lo haría uno de los republicanos más conservadores.
A día de hoy muchos se preguntan en EE.UU. ¿qué hace Menéndez en el partido simbolizado por un asno, si piensa y se manifiesta como si perteneciera al representado por el elefante?
Ya desde los días previos a la toma de posesión de Biden como nuevo Presidente de los Estados Unidos, y en medio de la lucha campal del mandatario saliente, Donald Trump, por mantenerse en el cargo, algunos observadores calificaron de tímida o mesurada en extremo la posición adoptada por Joe Biden ante los intentos de escamotearle el poder mediante el esfuerzo por invalidar el resultado de las elecciones, haciendo prevalecer la matriz de que los demócratas habían cometido fraude.
No faltó quien calificara tal actitud de Biden de tibieza o falta de valentía política, por parte de un hombre que había sacado nada menos que casi 7 millones de votos de ventaja en las urnas a su contrincante. Luego, cuando se produce el asalto al Capitolio por parte de una turba enfurecida espoleada por el propio Trump, se le vio a Joe pusilánime en su actitud ante lo que constituía a todas luces un crimen de lesa democracia.
Biden sabe al dedillo que uno de los puntos neurálgicos del programa de los republicanos con Trump a la cabeza era el de ejercer presión máxima sobre Cuba para intentar —de una vez y por todas—— quebrar su resistencia y hacerla volver al redil imperial del que salió en enero de 1959. Sabe que Trump y los suyos empeñaron mucho capital político y dinero para hacer prevalecer esa línea de acción y que tuvieron que hacer muchas promesas a gente muy poderosa en Miami.
Si existe el antecedente del primer debate televisado en el cual el magnate inmobiliario de Nueva York se proyectó de manera irrespetuosa e incluso ofensiva hacia él, ¿por qué Biden tiene que “guardarle el café” —como decimos los cubanos— a un hombre que lo desprecia y que posiblemente lo odia? La respuesta es una: cobardía política.
Biden sabe también —y eso es simple y llano cálculo político— que si mantiene inalterable la política de su antecesor hacia Cuba, eso les restaría motivos a Trump y los republicanos para ejercer una oposición enconada en el Congreso, que puede echar por tierra algunos de sus proyectos de política interna externa, y ello, amigos lectores, no es más que oportunismo y cobardía política.
Es sabido que EE.UU. es una gran nación imperial en decadencia con gravísimos problemas estructurales y funcionales, donde se manifiestan contradicciones de todo tipo a nivel federal y del Gobierno central con los Estados. Crecen las minorías hispana y negra y las tendencias hacia un “socialismo americano” que ponga fin o aminore las grandes desigualdades, los asesinatos de negros y chicanos y que dé parejas oportunidades a todos.
Existen hoy en la llamada Unión Americana crecientes fuerzas centrífugas que piden, como en 1860, la secesión de algunos estados sureños y se ha alertado del peligro de otra guerra civil. Biden lo sabe y ha llegado a la conclusión de que, mantener la tensión en las relaciones internacionales le facilita la adopción de medidas que ayuden a conservar la estabilidad interna del imperio. Y ese cálculo insensato también se sindica de oportunismo.
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